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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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El Rey: «¿Hay muertos, hay heridos?»El Rey llevaba un chándal blanco. Había quedado para una partida de squash con Nachi CaroAznar, uno de sus más discretos amigos, y con Miguel Arias, el «inventor» de la estación de esquí deBaqueira Beret, del Lodge de Sierra Nevada, dueño de Las Cuatro Estaciones en Madrid y delFlanigan de Portals, en Palma. Tiene puesta la radio, y apenas atiende a la monótona letanía dediputados votando... «Núñez Encabo, no.» De pronto, un silencio, algo anómalo, unos comentariosdel locutor que titubea. «¿Qué pasa ahora...? No sé qué ocurre..., hay gente que grita abajo y... seoyen ruidos...» Luego una voz estentórea grita: «¡Quieto todo el mundoooooo!», «¡sileeeencio!»... Ellocutor muy nervioso, vacilando, sin saber si son policías o guardias civiles... «¡Al suelo, todos alsuelo!»En ese momento, sin llamar, entra Sabino Fernández Campo como una tromba, pero ve que el Reyya está pegado a la radio. Al instante pasan también al despacho dos ayudantes de campo y dosmiembros del grupo de seguridad del Rey. Todos muy alterados, preguntándose unos a otros lomismo: ¿qué pasa?, ¿quiénes son?, ¿es la Guardia Civil? Se ve que no llevan uniformes porque ellocutor no los identifica... El Rey chista para que callen. Y, sin más, suena un tiro seco. Luego unaráfaga de metralleta, y otra, y otra... [7]Sin reaccionar aún de la impresión, el Rey y todos estábamos confusos, porque desconocíamos losefectos de los disparos que habíamos escuchado en la radio —relató Sabino tiempo después—. En laCasa había mucha gente pesimista, sobre todo militares, que era la mayoría del staff del Rey, perotambién civiles, amigos, parientes, personas de la confianza del Rey, que desde hacía tiempo veníanhablando de un golpe de Estado. En Zarzuela existía una palpable inclinación o sensibilización haciala necesidad de un golpe de timón.Lo primero que quiso saber el Rey fue si había muertos o heridos en el Congreso. Después, si sehabía movilizado la DAC Brunete, que la teníamos en El Pardo, junto a Zarzuela, y en lasinmediaciones de Madrid. Me dijo: «Sabino, llama tú a Juste, y entérate de si la Brunete está bajocontrol. Yo voy a telefonear al Cuartel General del Ejército a ver qué saben ellos.» Nada más bajar ami despacho, di orden de reforzar la guardia de palacio. [8]Sabino impide que Armada se instale en La ZarzuelaSabino telefonea a Juste:—Pepe, tengo aquí recados tuyos, perdona...—¿Eres Sabino? ¿Ya está ahí Alfonso Armada?—¿Alfonso Armada? ¿Aquí en Zarzuela?... No... Aquí no ha venido...—¿No estará con el Rey?...—No, vengo yo ahora mismo de su despacho.—Pero le estáis esperando, ¿no?—Pues, no, no... Ni está, ni ha estado, ni se le espera... Oye, Pepe, ¿por qué tanto interés conArmada? ¿Qué pasa?—¡Ah...! Gracias, Sabino. Eso cambia las cosas. ¡Ahora ya veo claro! [9]Juste me contestó desde su despacho —recordará luego Sabino—. Yo noté que estaba con gente, y

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