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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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porque le pareció detectar un tono de alerta y contrariedad en la voz del presidente.—¿Quién te lo ha contado?—Su Majestad, el rey Juan Carlos I. [146]¿Cómo no iba a responder Suárez con un tono de alerta y contrariedad, si el Rey, ausente de Españapor su seguridad personal, y a quien él acababa de dar novedades, empezaba ya saltándose lacláusula de noticia embargada hasta las ocho, para alardear ante la bella marquesita?Al día siguiente, Domingo de Resurrección, el Rey ya estaba de regreso, y se reunieron con él enLa Zarzuela Adolfo Suárez, Mondéjar y Armada. Suárez comentó algo de los entresijos del proceso.Y aunque el Rey había estado bien informado del qué, el cómo y el cuándo, por su forma de escuchary callar mientras Suárez hablaba, pudo parecer que estaba enterándose en ese momento, a toropasado, de la decisión del presidente de legalizar el PCE. Armada se arrogó entonces un papel queen modo alguno le correspondía y empezó a reconvenir a Suárez por el hecho y por el modo de lalegalización: la «nocturnidad», el «oportunismo de aprovechar la ausencia de la clase políticadirigente y de los mandos militares», la «inusitada e innecesaria velocidad con que se habíaanunciado la medida», «de sopetón y por sorpresa», la «impresión de engaño que sentirían ahora lostenientes generales, a quienes aseguró en septiembre que el comunismo nunca sería legalizado enEspaña». Y remató su filípica acusando al presidente de «poner en gravísimo peligro la Corona».Ante esa diatriba injusta e improcedente, y también ante el silencio consentidor del Rey, Suárezsaltó enfurecido y encarándose al monarca le hizo saber con energía que no estaba dispuesto a tolerarque el secretario del Rey desafiara su autoridad. [147]Suárez ya conocía la influencia amedrentadora y reaccionaria de Armada sobre el Rey. Sudesagrado cuando fue designado presidente del Gobierno. Las críticas que hacía a sus espaldas trascada nuevo movimiento de reforma y apertura. Tras la reunión de septiembre con el generalato, tuvoque sufrir la humillación de un careo provocado por el Rey para confrontar el relato del presidentedel Gobierno con la versión «de segunda mano» que le transmitió el secretario. Sabía querecientemente había dicho a otros oficiales generales «a Suárez hay que echarle a patadas...». En sucronómetro interior, la cuenta atrás de Armada en La Zarzuela acababa de ponerse en marcha.Un almirante varado en el 36El ministro de Marina, almirante Gabriel Pita da Veiga, fue el primero que puso el grito en el cielo,asegurando que se había enterado mientras veía el telediario en su casa. Al parecer tuvo muyinsistentes presiones de sus compañeros de almirantazgo, que se sentían sorprendidos, engañados,traicionados..., instándole a tener el coraje y el honor que pocos meses antes tuvo el teniente generalDe Santiago.Pero no era cierto lo que alegaba el almirante Pita: había tenido la misma información que suscolegas del Gobierno, más el plus que les suministró el presidente a los tres ministros militares, másel aviso de inmediatez hecho cuatro días antes de la legalización por Gutiérrez Mellado. Suaudiencia urgente con el Rey aquel mismo día 6 era toda una prueba: podía estar disconforme, perono desinformado. Si se trataba de una objeción de conciencia, muy respetable, debió decirlo antes odespués, sin culpar a otros de un inexistente engaño.El lunes 11, el almirante Pita telefoneó al presidente Suárez para despedirse. A primera hora de la

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