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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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legalizados.El lunes 31 de enero, Carmen Díez de Rivera le dijo a Suárez, su jefe, «tengo unas gestiones quehacer, estaré unas horas fuera». No explicó más. Tenía un almuerzo en casa de un matrimonio deintelectuales, Alejandro Cribeiro y Carmen Unamuno, cerca del Rastro. Allí acudiría SantiagoCarrillo.Carmen, la marquesita roja, iba un poco de agitadora. Un día escandalizaba a media Españainvitando a Carrillo en un sarao barcelonés: «A ver, don Santiago, cuándo nos tomamos unchinchón.» Y otro, a los postres de una cena con aristócratas y jet financiera, soltaba en presencia delos Reyes y de Don Juan: «¡Hay que legalizar el Partido Comunista!» Frase que no fue una boutade,ocurrencia suya, sino encomienda del rey Juan Carlos: «Quiero que vengas a una cena en casa de mihermana Pilar y cuando todo el mundo pueda oírte sueltas esto...» Obedeció encantada: llevabatiempo detrás de que Suárez y Carrillo hablaran sin intermediarios.Y eso era, sin más, lo que Carrillo quería plantearle.—Hay muchas cosas importantes que Suárez y yo debemos hablar. Hasta ahora, siempre ha sido através de un enlace suyo y un intermediario mío. Nunca en directo. Nunca cara a cara, siempre conrecados por teléfono, tomados a vuela pluma. Al enlace de Suárez, tú lo conoces...—No, no que yo sepa.—Es Pepe Mario Armero.—¡Ah...! ¡Conque Pepe Mario...! —Carmen fue incapaz de disimular su sorpresa. Una vez más sedaba cuenta de que Suárez, como todos los cautos desconfiados, compartimentaba su información.—Armero está volcado en esto. Va, viene, llama, viaja..., descuidando sus propios asuntos, pero elpresidente Suárez siempre está dándole excusas. Yo te pido, Carmen, que medies para que se haga elcontacto directo de una vez.—Después de la matanza de Atocha y los entierros, se ha podido comprobar el buencomportamiento de la sociedad española. Los ciudadanos no quieren líos, no quieren sustos mortales,quieren democracia en paz.Carrillo le aseguró que el Partido Comunista no quería ser un «elemento perturbador», y que loúnico que afectaría negativamente a la situación sería su no legalización.—No sólo yo. También mis camaradas están cansados de esperar. Esto tiene que ir más deprisa.Nos quieren meter en el furgón de cola, mientras todos los demás partidos toman posiciones para serlegalizados en el primer pase. Y digo partidos por decir, pero algunos que se sientan a la mesa de losNueve, con todos mis respetos por ejemplo al señor Satrústegui, me parece que se representan a símismos, quizá a sus parientes próximos, y pare usted de contar. La hora de los demás es tambiénnuestra hora.—Santiago, no sólo le comprendo, sino que estoy de acuerdo con lo de la lentitud. Mañana encuanto vea al presidente le diré...—Dile simplemente que hemos comido juntos y que quiero hacer lo mismo con él.Al día siguiente Suárez fue informado. Escuchó con ceño adusto. No le gustaba que su jefa degabinete actuara como una francotiradora y encima intentase marcarle un ritmo político.—¿Dónde ha sido la comida? —fue su única pregunta.Carmen respondió con un vago «en casa de unos amigos..., no los conoces». No queríacomprometer a sus anfitriones. [111]

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