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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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aristocracia. Astuto, cauteloso, con recámara y alambique para destilar qué le convenía decir y quéocultar en cada ocasión. Por gallego, y porque desde que era un simple comandante había aprendidoa moverse entre las sutilezas palaciegas, protegiendo y asesorando al príncipe Juan Carlos, tenía esazorrería refinada del decir sin decir y del moverse sobre terciopelo sin dejar rastro. Desconfiado —porque maquinaba algo no maquinable—, tomaba precauciones, prefería los diálogos sin testigos, ypara cada paso comprometedor se proveía de una coartada. Mentir, no mentía, pero fraccionaba laverdad.Después de los hechos del 23-F, cuando el instructor de la causa le tomó declaración, como él nosabía qué habría contado Milans sobre aquel encuentro del 10 de enero en Valencia, dijo que «surgióporque yo iba a aparcar mi coche en Capitanía». No, no mentía: iba a aparcar el coche en Capitanía.Pero no decía la verdad: aquel encuentro, de dos menos cuarto a seis de la tarde, no «surgió», sinoque desde el día antes le esperaban: Milans y su mujer, Amparo Portolés, habían preparado unacomida social para ocho comensales.Ya a solas con su amigo Armada, Milans explayó a borbotones un retablo de quejas por cuanto«iba de mal en peor» y por «la debilidad del Gobierno para poner sensatez y orden en España».Lanzó dardos afilados contra «el Guti y su política no militar, sino de militancia política». Señalólas inquietudes que registraba en las unidades de su región: Castellón, Valencia, Alicante, Murcia yCartagena... Acabó de un sorbo su cubata y soltó lo que Armada esperaba oír:—Ah, pero esos diputados zánganos y esos ministros inútiles y esos alcaldes comunistas, y esossindicalistas analfabetos y marxistas, que no dan palo al agua, pero cada vez mandan más, tienen lashoras contadas.—¿Qué quieres decir? —Armada preguntó demudado.—Que se les va a acabar la vagancia, la abundancia y la mangancia. O pasan por el aro, o más lesvale que se vuelvan por donde vinieron. Se ha puesto en marcha la cuenta atrás, porque el Ejército yaestá harto. Todo tiene un tope. Aquí le han dado la vuelta a la tortilla des-ca-ra-da-men-te, y muchosmilitares se han cansado de tragar. —Adelantándose en su sillón, usó un tono más confidencial—.Alfonso, sé, me consta, que desde hace un tiempo se están organizando movimientos, gruposradicales, algunos incluso violentos, dispuestos a jugársela a la brava y a echarse a la calle.—Esos «grupos violentos», ¿están coordinados?, ¿tienen una dirección?, ¿se reúnen conperiodicidad, o se trata de chispas episódicas de malestar en salas de banderas, o en casas de unos yde otros los sábados por la noche?—No, no, nada de chispas pasajeras. No son cuatro amigotes, ni estados de opinión dispersos. No,no, no, esa gente está haciendo sus planes y dispuesta a pasar a la acción.El cerebro de Armada absorbió como un secante toda esa información, aunque Milans no habíaconcretado ni nombres de los exaltados, ni grados militares, ni brigadas ni regimientos donde sefocalizaba la conspiración. Mentalmente ordenó su discurso. Antes de darle indicaciones, templó losánimos de Milans con un argumento de autoridad:—Mira, Jaime, acabo de estar con Su Majestad en Vielha, y hemos hablado largo y tendido, unascinco o seis horas.—¡Pues a mí, es como si no quisiera verme! La última vez, casi tuve que mendigarlo: «¡Eh,Majestad, que me saltan el turno hasta los futbolistas!»—Quiero que sepas que el Rey no está en la inopia. El Rey está al cabo de la calle y muy bieninformado sobre todas estas cosas que te disgustan y me disgustan. Ve a Suárez aferrado al poder,pero...—Aferrado, pero quieto como un pájaro disecado...

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