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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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espondiéndole con sequedad:—Yo creo, canciller, que usted en su juventud tuvo que vestir el uniforme nazi, cuando hizo elservicio militar. Y tal vez el de la Wehrmacht, en las unidades de defensa antiaérea en Bremen...Hubiese podido seguir memorizando la hoja militar del teniente Schmidt. Desde Bremen, fuedestinado al frente ruso en 1941. Jefe de batería en el frente oeste en 1944 y 1945. Oficial en activohasta el final de la guerra. Y después, el Plan Marshall, la desnazificación... y el gran olvido.Obviamente, no hubo respuesta. Pero a partir de aquel incidente Schmidt intuyó la estatura políticade Suárez. En adelante, procuró no perderle de vista.Al día siguiente, reflexión; al otro, urnas municipales. En la UCD habían hecho una campaña deperfil bajo, con sordina...; se conformaban con no ser arrasados. Aquella misma noche, entre elinsomnio y la duermevela, repasaba los rostros de sus ministros todavía en funciones. Los veía en elbanco azul, tensos, inquietos, al acecho, esperando ser mantenidos en sus poltronas, o recelando noserlo. «Todos quieren ser ministros al día siguiente de llegar.»A la mañana siguiente, muy temprano, se presentó Rodolfo Martín Villa en La Moncloa. No iba apedir tal o cual cartera. Al contrario:—Quiero salir del Gobierno. Necesito tomarme un descanso. Gobernación es un ministerioquemahombres. Han sido unos años muy duros, empalmando días, noches y madrugadas... Quizá másadelante, pero hoy por hoy, no quiero ser ministro... He venido a decírtelo y a acompañarte un rato,presidente, porque la investidura de ayer fue de pena: mal concebida y mal ejecutada; pero por partede los otros fue... ¡una gran putada!Suárez quería retener consigo al leonés —un corredor de fondo tenaz, con una lealtad a toda prueba— y le ofreció otras carteras importantes: Presidencia, Defensa, Obras Públicas, Educación... No leconvenció.Mientras hablaban, llegó Sabino Fernández Campo; traía una carta manuscrita del Rey para Adolfo.Era una misiva cariñosa, alentadora. Un alivio que mitigaba la amargura del día anterior. «Bueno —dijo después de leérsela a Rodolfo—, aunque presiento que lo que empieza ahora no van a ser pañoscalientes, al menos tengo el apoyo del Rey.» [56]Las urnas municipales del 3 de abril dieron a la UCD mejores resultados de los que esperaba, ymejores que los obtenidos por el PSOE: el 31,3 por ciento de los votos, frente al 27,9 por ciento delPSOE. Al partido de Suárez le correspondía, pues, el 43,3 por ciento de los concejales y casi lamitad de los alcaldes, el 49,4 por ciento. Pero en la misma noche del escrutinio Alfonso Guerratelefoneó a Santiago Carrillo, y al día siguiente protocolizaban los que llamaron «Pactos delProgreso». Socialistas y comunistas se repartieron los ayuntamientos gobernando juntos. La UCDpasó a la oposición, incluso en capitales como Madrid, donde había sido la fuerza más votada. ElPSOE y el PCE también suscribieron pactos en el País Vasco y en Cataluña, marginando a la UCDdel poder local.El recurrente fantasma del 14 de abril de 1931, aquella alzada republicana por la unión de lasizquierdas en los municipios, volvió a preocupar en La Zarzuela y en La Moraleja, donde residíaDon Juan. Pero en cuanto se anudaron los pactos, incluso antes de cerrar las listas de los nuevosconsistorios, Santiago Carrillo tuvo el toque sensato de apaciguar alarmismos, declarando:«Tenemos una Monarquía parlamentaria y constitucional, y siempre que esa Constitución no se viole,no habrá por qué atentar contra el régimen del Gobierno. Las Administraciones locales tienen suautonomía y no van a interferir en la política general.» [57]

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