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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Carmen Díez de Rivera se había enamorado de Ramón, un hijo de Serrano Suñer. Y él de ella.Querían casarse. Tuvieron que decirle la verdad a quemarropa: «No puedes. Ramón es tu hermano.»A partir de ese instante, Carmen echó cerrojos a su corazón. Abandonó la casa familiar, se fue aÁfrica, intentó refugiarse en un convento... No era lo suyo. Volvió a España y buscó trabajo. En sucurrículo de niña bien de piel fina, una licenciatura, varios idiomas, viajes por el extranjero, ciertadespensa cultural, agenda social de alto standing y un apellido de abolengo. Amiga de Don JuanCarlos y doña Sofía, desde que eran príncipes de España, por recomendación suya, entró a trabajaren Televisión Española como secretaria de Adolfo Suárez, recién nombrado director general.Noviembre de 1969.Carmen tenía veintisiete años, ojos verdes, una belleza sin maquillajes que llamaba la atención yuna soltura tan audaz como su politesse le permitía. Ya en la entrevista de prueba con quien iba a sersu jefe, mirando el retrato de Franco que presidía el despacho, le soltó: «¿Y cómo alguien tan jovencomo usted puede ser fascista?» Después Suárez le comentó a un colaborador de su confianza: «Mehan puesto de secretaria una marquesita monísima, pero un poquito... impertinente.» [39] Carmentrabajó más de diez años junto a Suárez —en sus diarios lo mencionaba como «el señorito»—,discutiendo con él casi a diario, pero estimulándole en sus atrevimientos de apertura política durantela Transición.También siguió su relación de amistad con los Reyes. Se conocieron años atrás por uncontracuñado de doña Pi, la hermana de Don Juan Carlos. Y se cayeron bien. Muchos días, hacia elfinal de la tarde, el Rey la llamaba por teléfono, se tumbaba en un sofá, encendía un cigarrilloparsimoniosamente, y le comentaba mil quisicosas de la jornada política. Carmen era para el Rey unaespecie de frontón de izquierdas, un frontón respondón que devolvía las bolas o las dejaba caercuando llegaban mal dadas. No era una intelectual de la gauche divine... à la chaise-longue. Carmenera, a su manera, una activista de despacho, persuadida de que la dictadura —cualquier dictadura—era un abuso, un atropello humano, un expolio del bien más irrenunciable: la libertad. Y que, muertoFranco, sólo las mentes estropeadas, sólo las almas enfermas de ambición podían seguir aferradas aesa ceguera voluntaria.El Rey escuchaba sus reflexiones... Y volvía a encender otro cigarrillo, para disipar el vértigo.Luego, de madrugada, Carmen escribía algunas líneas en su diario.El 24 de enero de 1976, el Rey le contó su conversación con Kissinger. Al día siguiente ella loapuntó en su diario agregando una puyita irónica:Kissinger le ha aconsejado que no dé la amnistía, y que el proceso sea lento, muy lento. The Kingestá de acuerdo: «El proceso debe ser lento y controlado...» Claro, al fin y al cabo, el Rey y todo elGobierno proceden de la dictadura, eran los alevines del franquismo. Se han creído a ciegas lo del«peligro comunista» y van a marcar un ritmo que no tiene nada que ver con el del pueblo español. Elpueblo tiene mucha prisa. [40]El pueblo tenía prisa y Europa pedía más marcha, más velocidad, más signos creíbles de cambioreal. Alemanes, ingleses, suecos, daneses... rompían lanzas a favor del PSOE. A Areilza, en susviajes de marketing de la democracia, le preguntaban si el Gobierno iba a organizar su propiopartido de centro; también le pedían parecer sobre los dirigentes de la oposición. Al laborista inglésHarold Wilson y al sindicalista danés Andersen les interesaba saber cuál de los líderes delsocialismo español tenía más posibilidades de ganar el voto popular: Enrique Tierno, RodolfoLlopis o Felipe González. «¿Quién diría usted que es el mejor de esos tres para ganarse el voto?» [41]El Gobierno alemán alzaba el grito si en España no trataban bien al PSOE. La tutela de laInternacional Socialista sobre el PSOE era evidente. Aunque todavía no muy correspondida por la

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