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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Merlín, de Heraldo Español, regalaba hablillas «oídas en las alturas, te doy mi palabra», que a él lesobraban.Los apologistas del golpismo, enmascarados bajo seudónimos, hacían el tamtan de supuestosPutschs en marcha: el golpe de los coroneles, el de los generales, el de Tejero, el de «los Almendrosen flor», el golpe de mayo, el golpe duro, el golpe «a la turca»... Algunos eran sólo quimeras,sombras chinescas que servían para crear confusión entre quienes debían vigilar esos intentosinvolutivos. ¿Dónde esconder un golpe mejor que entre un bosque de golpes? Y, sobre todo,esparcían una siembra de opinión, mentalizaban, creaban un pressing psicológico de que algo iba asuceder, y fomentaban en la gente un estado de zozobra a la espera.El grupo golpista que parecía más organizado era el «movimiento de mayo». En él participabantenientes generales, coroneles, tenientes coroneles, comandantes y elementos civiles, que hasta elmomento proveían la intendencia económica.El síndrome golpista alcanzó su clímax de tensión, en pasillos del Congreso y en redacciones deperiódicos, cuando se supo —y no se publicó— que el presidente Suárez, cancelando otroscompromisos, se había reunido varias horas con el vicepresidente Gutiérrez Mellado, los ministrosde la Defensa y del Interior, Rodríguez Sahagún y Rosón, y con los cuatro tenientes generales de laJUJEM, [43] sin nota para la prensa sobre el hecho de la reunión, ni siquiera la vacua retórica oficial.Con informaciones fragmentarias que el CESID aportó, el Gobierno y la JUJEM tuvieron noticia decontactos telefónicos y reuniones de militares que presumiblemente planeaban «actuar el 2 de mayode 1981». Su objetivo era la toma del Estado para invalidar la Constitución e instaurar una JuntaMilitar o un Directorio. Con el Rey, si el monarca aceptaba el plan; o contra el Rey, si se negaba asecundarlo.Valoraron los datos de ese supuesto golpe duro, que en aquel momento aparecía demasiadonebuloso, quizá porque estaba todavía en una fase embrionaria. Y aunque los cuatro jefes del EstadoMayor no fueron unánimes en su estimación, y Gutiérrez Mellado no le prestó mucho crédito,acordaron extremar la vigilancia, controlar viajes y desplazamientos de los sospechosos e intervenirdeterminados teléfonos. En los sótanos de Vitrubio 1, sede de la JUJEM, estaba el nudo de la red deControl de Emisiones Radioeléctricas (Conemrad) —malla verde, malla roja y malla cero—, detodas las conexiones telefónicas militares, incluso las de las centralitas y los gabinetes telegráficosde La Zarzuela y La Moncloa.También decidieron seleccionar a algún oficial «no quemado» del CESID o del Servicio deInformación Militar (SIM), para que se introdujera como topo entre los estrategas golpistas del 2 demayo. Medidas precautorias policiales y de espionaje militar; sin pasar de ahí, pues sólo partían deindicios.Con todo, el foco se aplicó a determinados generales que, por sus propias manifestaciones dedescontento, si no estaban en esa conspiración podían estar en otra: Milans del Bosch, Torres Rojas,Polanco Mejorada, Merry Gordon, González del Yerro, Iniesta Cano, Cabeza de Calahorra, DeSantiago y Díaz de Mendívil. Asimismo, se vigiló a los ayudantes de tales generales.Tanto Suárez como Gutiérrez Mellado recordaron a los miembros de la JUJEM que ni el Rey ni elGobierno permitirían el menor «trasteo» a la Constitución. El Rey no quería acciones involutivas quepusieran en riesgo la democracia. Tampoco les interesaba ni a Estados Unidos ni a la Europaatlantista; pues, si España regresase a un régimen de autarquía militar, se le cerrarían las puertas dela OTAN y de la Comunidad Europea, y volvería al ostracismo internacional que padeció durante elfranquismo. Habría que armonizar y serenar las autonomías, domeñando cualquier brote serio deindependentismo, para no dar pie a que las Fuerzas Armadas intervinieran. Pero, si en un caso

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