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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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imprimían un artículo fulmíneo, «Sí, pero...», que firmaba «Miguel Herrero R. de Miñón, diputado deUCD, vecino a los sectores liberal y democristiano». La coletilla tenía tanto veneno como el texto.Señalaba su posicionamiento vecino a... quienes habían quedado fuera del Gobierno y fuera delreparto del pastel.El «sí» era un encomio del partido UCD y un subrayado de la «importancia capital del grupoparlamentario». El «pero no», un severísimo azote «al caudillaje arbitrario que pretende ocultar lairremisible pérdida del liderazgo político»; «a la inerte posesión solitaria del poder»; «a los pactosy connivencias secretas con minorías de muy distinta laya [...] sin que sepamos el precio que porestos apoyos se pagan»; «a la falta, en cambio, de un diálogo serio con CD». Descarada invitación aentenderse con Fraga. El último «pero no» era una cerbatana al pecho de Adolfo Suárez: «No a lasambigüedades de un programa vagaroso, apto sólo para ir tirando [...]. Gobernar no es permanecerindefinidamente a bordo, aun sin jarcias ni timón, como un náufrago. Gobernar consiste en saber fijarel rumbo, saber alcanzar el puerto de destino... y saber incluso desembarcar.» [136] En plata: o ustednos lleva a puerto o usted deja el timón. Herrero de Miñón había desenterrado el hacha de guerra, enun tono conminatorio y con unos símiles náuticos que recordaban demasiado a los «golpes de timón»que el honorable Tarradellas venía recomendando.A Manuel Fraga no le sorprendió el pronunciamiento de Miguel Herrero. Tres meses antes ya lehabía dicho: «Suárez es el obstáculo para un entendimiento entre una derecha en alza y un centro a laderiva. Hay que sacarle.» [137]El segundo hachazo sobrevino poco después. Había que elegir portavoz del grupo parlamentario dela UCD. El candidato oficial del Gobierno era un socialdemócrata, Santiago Rodríguez Miranda. Lasdistintas fuerzas políticas se habían comprometido con Suárez a respaldarlo. Pero la noche vísperade la elección empezó el zafarrancho de combate, los teléfonos incesantes recaudando votos para«Miguel, el oponente». Al día siguiente, 14 de octubre, con el apoyo de democristianos, liberales,martinvillistas, «jóvenes turcos» y demás fauna centrista sin etiqueta, salía elegido Miguel Herrerode Miñón. Y no por una diferencia despreciable: 103 votos frente a los 45 del candidato oficial.«Un varapalo absoluto —reconocía Suárez tiempo después—, prueba clara de que mi autoridadcomo presidente del partido había sufrido una erosión muy seria. Esa elección significaba un rechazoa mi persona dentro de UCD.» [138]Su situación era de cerco total: los «enemigos» en el Consejo de Ministros y la batuta del grupoparlamentario que debía secundar las leyes y decretos del Gobierno, en manos hostiles.No exageraba Suárez cuando, pasados los años, le dijo a Narcís Serra durante una comida enToledo: «Había ministros míos que salían del Consejo para llamar a Felipe y darle cuenta de lo queestaba ocurriendo, de lo que estábamos decidiendo... Por la duración de la ausencia del ministro, yoadivinaba si con quien hablaba era con Felipe o con El País.» [139]A los pocos días, Suárez recibía en La Moncloa al flamante portavoz Herrero de Miñón. Le ibamucho en ello y se esmeró en derrochar cordialidad y simpatía, sin mencionar el «Sí, pero...», ni unaconferencia también hipercrítica de Miguel en el Club Siglo XXI, «¿Adónde va la UCD?». Alcontrario, una decidida búsqueda de alianza y colaboración, toda vez que perder el control del grupoparlamentario era el síntoma palpable de que avanzaba la gangrena:—Miguel, tú y yo tenemos que trabajar muy sintonizados, yo desde el Gobierno y tú desde elParlamento. Así saldrán bien las cosas... ¡Tenemos que querernos mucho!Pero la gélida respuesta de Miguel fue:—Yo no estoy en política para querer ni para ser querido. [140]

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