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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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y en peligro, y lo afrontaron a solas. Ustedes, en cambio, no estuvieron a la altura de lascircunstancias. ¡Y tenían todos los resortes y toda la autoridad potestativa del mando militar!¡Reafirmado, además, al filo de los hechos con un télex personal del Rey!Suárez, sabiendo que el Rey no quería que él siguiera en política, y menos aún después de todo loque había dicho allí, se despachó con un corolario de despedida delante de todos, pero con intenciónde que lo oyese el Rey:—A la vista de lo ocurrido, y de que aquí nadie apecha con sus fallos, nadie dimite, nadie renunciaa su cargo, creo que el que tiene una ética distinta soy yo, el que marca unas exigencias demasiadoaltas soy yo, el que resulta incómodo soy yo... por tanto, el que sobra soy yo. Sí, señores: me sientode más en este país, mi querida España.Gutiérrez Mellado, sentado a la izquierda del Rey, miró a Suárez y, alzando las cejas sobre susgafas de concha oscura, le transmitió con ese gesto una carga de enorme amistad.La reunión había terminado. Excepto el Rey, todos se apresuraron a recoger sus folios y sus notascon avidez final. Rodríguez Sahagún leyó el acta que había elaborado tomando nota de lo que allí sehabía concluido respecto a los hechos del 23-F. Se la pasó a Suárez. La leyó rápido: «Esto es unafalsificación de la historia —dijo—. Me niego a firmarlo.»No hubo firma. No hubo acta. No hubo más testimonio que la foto oficial de la reunión.En cierta ocasión comentó Laína: «No hubo acta, pero hay memoria. Y como yo no era miembro dela Junta de Defensa, no estoy obligado al silencio.» [8]El Rey, a los líderes de los partidos: «Sé cuáles son mis límites; no me fuercen a salirme de misitio»El 24 de febrero, día de la resaca del golpe, habían empezado ya las detenciones: Milans, Tejero,Pardo Zancada, doce capitanes y ocho tenientes. Y eso era el comienzo.No se le iba de la cabeza —recordaba Sabino años después— la frase de Armada a Laína en lanoche del 23-F: «El Rey se ha equivocado, ha divorciado la Corona de las Fuerzas Armadas.» Eso lepreocupaba. Él necesitaba recuperar la adhesión del Ejército, como antes del golpe. No quería quelos militares pensaran que se había puesto enfrente, en «el otro bando».Creo que ya estaban convocados los líderes parlamentarios al final de la tarde. Entonces lo que leaconsejé fue aprovechar ese encuentro para hacer una declaración oficial templada en la que élvolviera a situarse en su papel constitucional, al margen y por encima, y con cierto tono de exigenciahacia los responsables políticos. Le redacté unas líneas. No se las aprendió y dijo que mejor lasleería.Estuvieron Rodríguez Sahagún, Felipe González, Santiago Carrillo, Manuel Fraga y Adolfo Suárez,como presidente del Gobierno en funciones. Ellos venían con deseos de agradecer al Rey suactuación, su mensaje; pero sobre todo con afán de saber qué había pasado, por qué la sublevación,cómo se logró el rescate, qué regiones habían sido más duras de pelar, qué riesgo de coletazoshabía... Ellos eran los agredidos, humillados y secuestrados por un tropel de guardias civiles.El Rey templó muy bien la reunión. Primero les leyó el mensaje con toda seriedad. Y los líderesacusaron al instante los párrafos claves, los que no eran retórica, sino que tenían pólvora: «Sería muypoco aconsejable una abierta y dura reacción de las fuerzas políticas contra los que cometieron losactos de subversión en las últimas horas, pero aún resultaría más contraproducente extender dichareacción, con carácter de generalidad, a las Fuerzas Armadas y a las de seguridad.» O sea, cuidado,

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