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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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instituciones, democratizar la sociedad civil, y afrontar con valor la crisis económica.» [11]Su propuesta era un Gobierno transitorio y tótum revolútum, un gran potaje nacional. La soluciónArmada, sin Armada. Ahora bien, espantando el estereotipo malévolo del buitre ansioso de tajada depoder, aquella mano tendida de Felipe era un gesto de responsabilidad política, formulado en sesiónplenaria «para que nadie pueda decir que no se oyó nuestra voz en este momento anunciando elpeligro en el que estamos viviendo».Extrañamente, ese ofrecimiento no mereció de Calvo-Sotelo ni la cortesía parlamentaria delevantarse y, siquiera desde el escaño, decir un simple «gracias, señoría».Caben dos explicaciones para ese rechazo. Leopoldo accedía a la presidencia con unoscompromisos que difícilmente podría consensuar con los socialistas: el ingreso en la estructuramilitar de la OTAN, la renovación del tratado defensivo con Estados Unidos, el sometimiento a lassalvaguardas y controles de la OIEA, es decir, la renuncia práctica a ser un país con armamentoatómico propio y, por tanto, a la utilización de nuestros yacimientos de uranio, instalaciones yreactores nucleares para uso militar. Y unos juicios militares, previsiblemente manipulados y contongo, de los que quizá se desprendieran salpicaduras para notables miembros del PSOE. Todas esas«hipotecas» con que Leopoldo aceptaba gobernar le impedían compartir la tarea con los socialistas.El Rey en persona se encargaría de amainar cuanto antes las impaciencias del PSOE, asegurándoleque la previsión de Leopoldo era no agotar la legislatura y darle paso limpio en cuanto el patioestuviera apaciguado. Y así fue.Al día siguiente, tras la ceremonia de la jura de Calvo-Sotelo en La Zarzuela, sabiendo el Rey queésa iba a ser la última ceremonia oficial en palacio a la que Adolfo Suárez asistiría en razón de sucargo, y por balsamizar las asperezas en sus encuentros del 24 de febrero, se acercó y le felicitó porel ducado —«ha salido en el BOE de hoy»—. Suárez le dio las gracias y omitió decirle que,comparando el texto propuesto desde La Moncloa sobre los méritos que justificaban la otorgacióndel título y el que salió aprobado de La Zarzuela, se notaba que habían metido, más que una tijera,una podadora. A instancias del monarca, habían eliminado toda referencia a las iniciativas y alprotagonismo de Suárez en la Transición, de modo que sólo constaba «su lealtad y espíritu deservicio y patriotismo en las misiones que le fueron encomendadas», como si su papel hubiese sidoel de un mero actor obediente al dictado de otro. [12] Respondió que enseguida organizaría lapreceptiva casa ducal.Ni el Rey ni él querían mencionar la detención de Armada, ocurrida el día anterior. La tirantez nodesaparecía. Las espadas iban a quedar en alto. Cambiando de tema y de tono, el Rey ensartó unascuantas preguntas: «¿Qué piensas hacer? ¿Seguirás como diputado de UCD? ¿Cómo te quedas...económicamente? ¿Necesitas dinero?»Suárez respondió vagamente y sin ganas: «Probaré cómo me va con un bufete de asesoramiento,consulting se dice ahora...» Luego, intentando bromear: «Consejos vendo que para mí no tengo.Quizá tendría que ser yo mi primer cliente.» Los dos esbozaron unas risas forzadas. Empezaban eljuego de olvidar el ayer.Adolfo acompañó a Leopoldo a La Moncloa. Al llegar, no quería entrar, «es que salimos de viaje yya me están esperando...». Leopoldo quería una sesión larga de tutoría y traspaso de papeles:—Comemos, hablamos, me enseñas los resortes claves, en quién confiar, de quién no fiarme, lacaja secreta de experiencias y asuntos que sólo tú sabes y no has compartido con nadie... En fin, elknow-how de esto de ser presidente. Me siento un poco Robinson Crusoe en una isla desconocida.

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