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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Armada insiste en su ofrecimiento de subir «para estar cerca de Su Majestad, ayudando en lo quehaga falta». Sabino, moviendo el dedo índice de izquierda a derecha, le indica al Rey que no. [11]Armada no hubiese podido estar en Zarzuela el 23-F tomando café —pasados los años, Sabino erarotundo en este punto—, porque lo tendría que haber autorizado yo; y yo... ya tenía la mosca detrás dela oreja. Tenía que autorizar su entrada y la de cualquier otra persona, debido a unas medidas muyseveras de restricción de visitas, si no contaban con la expresa luz verde desde Casa de Su Majestaden cada ocasión. Y eso porque, días antes, los representantes de cierta compañía civil de seguridad,que habían pedido audiencia, cuando ya estaban dentro de Zarzuela nos hicieron un alarde, bastanteconvincente por cierto, de la falta de seguridad en nuestro puesto de control: ellos habían podidopasar y estaban ante nosotros llevando armas, grabadoras, micrófonos y una cámara fotográficadiminuta, todo oculto... A partir de esa demostración, eché los cerrojos para todo el mundo, por muyamigos que fuesen del Rey.Las preguntas de Juste me abrieron los ojos. Desde ese instante, le dije al Rey: «Señor, bajo ningúnpretexto debe venir Armada aquí.» Yo entonces no lo sabía, pero Armada había dicho a Milans, yéste a los que conspiraban en esa operación: «Yo estaré en Zarzuela porque el Rey es voluble, yestando yo a su lado evitaré que vacile o que nos le hagan venir abajo con presiones.» De ahí suinterés en venir aquella tarde. Además, si él se hubiese instalado junto al Rey, manejando losteléfonos, los capitanes generales no habrían dudado de que tenía al Rey de su parte y compartiendosu juego. En realidad, eso era lo que él quería.Armada volverá a ofrecerse al Rey una o dos veces más para subir a palacio a explicar, a ayudar...Yo me opongo a que venga por varias razones. Primera, porque debe estar en su puesto de mando,como segundo JEME, y más en un momento de crisis grave, coordinando con la JUJEM y conZarzuela, la información de las capitanías generales, de lo que está ocurriendo en el Congreso y enlas unidades militares que hay en Madrid. Segunda, porque los jefes militares no aceptan la autoridadde Gabeiras y, aun siendo el JEME, no es buen vehículo para dominar una situación de golpe deEstado; por tanto, Armada debe estar a su lado, como segundo JEME, porque con él sí hablan losgenerales. Tercera razón, porque, incluso por prurito personal y por amor propio, yo no acepto que elex secretario general de la Casa de Su Majestad venga a dar órdenes y a decirnos qué hay que hacero cómo debemos resolver. ¡Para ayudar al Rey ya estoy yo! Cuarta, porque la llamada de Justepreguntando «¿está ahí Armada?... Ah, ¿no? Pero ¿lo esperáis?», junto a la insistencia de Armada ensubir a Zarzuela —«Señor, cojo unos papeles, voy ahí y se lo explico»—, me ponen en guardia. Yquinta, más tardía, cuando cerca de las diez de la noche Armada me dice que él está dispuesto a ir alCongreso a proponerse como presidente, se le escapa un dato: «Además cuento con el apoyo, con losvotos de los socialistas.» Entonces pienso que este hombre ha hecho previamente unos tanteos, hamaniobrado políticamente, ha conspirado... Todo eso junto me pone en ascuas. [12]Años después, charlando el Rey con José Luis de Vilallonga —que le entrevista en varias sesionespara su libro Le Roi— [13] razona su negativa a que Armada acudiera aquella tarde a La Zarzuela:¿Quién se iba a creer que el Rey no estaba en el ajo, si Alfonso Armada se instala en los teléfonosde La Zarzuela? Sabino estuvo de acuerdo conmigo y decidimos que sería el Rey quien llamasepersonalmente, uno tras otro, a todos los capitanes generales, con el resultado que tú sabes. [14]Pero, dejando a un lado intuiciones o sospechas, el lugar de Armada aquel día tenía que estar,como segundo JEME, junto a Gabeiras, en el Cuartel General del Estado Mayor del Ejército, en elpalacio de Buenavista, frente a la Cibeles y a dos pasos del Congreso. Allí, en el despacho deGabeiras, se concentró a lo largo de la tarde y noche el generalato de todas las divisiones del Estado

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