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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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No era Suárez un prepotente, ni hacía alardes innecesarios de autoridad. Lo suyo era más bien eltrato afable, la cordialidad, el buen humor, la sonrisa. Pero cuando había que dejar claro quién teníael mando, y que el Gobierno estaba por encima del estamento militar, nunca se arredró.En cierta ocasión, fue al cuartel general del Ejército del Aire y vio que, presidiendo el salón dondeiban a celebrar un acto oficial, había un retrato de Franco de grandes dimensiones. Ordenó que loretiraran:—Esto no comienza hasta que no cuelguen ahí un retrato de Su Majestad el Rey.Hubo unos momentos de vacilación y aturdimiento.—Perdone, pero es que el retrato del Caudillo siempre ha estado ahí... Habría que pedir permiso alseñor ministro...—Es una orden mía y no hay que pedir permiso a nadie.Era necesario ir rompiendo hábitos de décadas en las que el Ejército imponía su ordeno y mandosobre el poder civil. [69]En la misma línea, y para patentizar que las Fuerzas Armadas eran un instrumento y no un poder delEstado, su incidente con Milans del Bosch, capitán general de Valencia, cuando se celebró allí el Díade las Fuerzas Armadas.Había una comida en Capitanía General. El anfitrión, Milans del Bosch, dispuso que en la mesapresidencial los generales antecedieran a los ministros. Suárez le indicó que cambiase el protocolo.—El protocolo ha sido consultado con el Rey —replicó Milans del Bosch.—General —le dijo Suárez sin elevar el tono de voz—, aquí el que gobierna soy yo, y le ordenoque haga salir de sus puestos a tantos generales como ministros deben incorporarse a la mesa.Por la noche, en la recepción de gala ofrecida también en Capitanía, a Suárez le hicieron un vacíodeliberado, bochornoso: ni un solo militar se acercó a saludarle. La inquina de Milans contra Suárezrespondía a una cuestión de ascensos y cargos. Se sentía desplazado en Valencia, adonde le habíandestinado, cuando lo que él quería era ser jefe del Estado Mayor del Ejército (JEME) en Madrid.Al día siguiente, y para mostrar aún más su enfado, Milans del Bosch dijo que no iría al aeropuertode Manises a despedir al presidente porque tenía un compromiso anterior. Suárez le hizo estarpresente con hora y media de antelación. Y, una vez en la pista, le pidió novedades para tenerle unbuen rato cuadrado ante él y con la mano junto a la sien en posición de saludo. [70]Suárez: «Ni mentí ni engañé a los militares»A partir de las nueve y media de la mañana fueron llegando al palacete de Castellana 3, uno trasotro, en sus lustrosos vehículos negros con banderín oficial, hasta veintinueve tenientes generales yalmirantes. Los jefes de las nueve regiones militares, de los tres departamentos marítimos y de lastres regiones aéreas; el vicepresidente de la Defensa y los ministros de Tierra, Mar y Aire; los jefesde los estados mayores de las tres armas; los diecisiete tenientes generales con mando en activo; elpresidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, los directores generales de la Policía Armada yde la Guardia Civil, el director del Ceseden. Todos ellos acompañados por sus ayudantes deservicio. Literalmente, un plenario de la cúpula militar.Suárez agradeció la asistencia de los generales y dijo que los había convocado para exponerles elcontenido y alcance de la reforma política, «cuando el Gobierno todavía no había enviado elproyecto a las Cortes; es decir, está sobre mi mesa».Luego, un párrafo breve para centrar el tema:

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