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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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enqueaba desde los tiempos del almirante Carrero.A la hora del café, los cigarros habanos y el güisqui de malta, padre e hijo hablaron del cómo y elcuándo de la renuncia. Don Juan había encomendado a Antonio Fontán un proyecto de protocolo yformato del acto, y le había presentado dos escenarios posibles: el Palacio Real o el monasterio deEl Escorial, coincidiendo con el retorno y enterramiento de los restos de Don Alfonso XIII, que haríamás patente la secuencia histórica y la noción de continuidad de la dinastía. [115] Alguien habíasugerido también que el acto podría realizarse en un espacio abierto y en el mar, por la condiciónmarinera del Conde de Barcelona, y se estudió la idea del portaaviones Dédalo o de algún otro navíode la Armada española, si previamente se le concedía a Don Juan el almirantazgo honorario. Pero loimportante no era la escenografía ni el ceremonial, sino la nitidez del hecho: el traspaso de losderechos al trono y la entrega de la legitimidad dinástica, que hasta ese momento pertenecían a DonJuan.Juan Carlos daba muestras de premura, no así su padre. Se trataba de salvaguardar la Monarquía.Que si la figura de Juan Carlos se empañaba a causa del contumaz inmovilismo de Arias, o sedesprestigiaba por no dar paso a la democracia, no se fuera al traste la Corona, que hubiese una bazade reserva sin estrenar. Sólo por esa razón de disponibilidad, Don Juan se resistía a declinar susderechos mientras no estuviesen asentadas en España las bases de una verdadera democracia.—Y tú sabes —Don Juan solía zanjar así este tipo de conversaciones— que desde hace muchosaños no tengo el menor deseo de reinar.La inapetencia hacia el trono era un sentimiento hondamente enraizado en Don Juan. En los añoscincuenta y sesenta quería irse a Argentina, comprar una hacienda y dedicarse a ser granjero. Añosdespués, cuando en junio de 1974 los de la Junta Democrática le pedían que —sin descender a laarena de las contiendas— arbitrase una propuesta de Gobierno provisional cuya única misiónconsistiría en legalizar en España todos los partidos y consultar al pueblo sobre la forma degobierno, les confesó a los que habían acudido a Estoril a planteárselo: «No, yo no puedo encabezareso, porque sería politiquear. Pero además, es que ¡ni siquiera estoy seguro de querer ser rey!» [116]En algún recodo de la conversación, Juan Carlos le contó a su padre, con unas rápidas pinceladas,la propuesta de Gil-Robles «en nombre de toda la izquierda»... «Arias [y] Fraga al derrumbadero, yhaga usted la reforma, Majestad». Incluso, el apunte de «hacerlo al regreso de Estados Unidos». DonJuan, totalmente de acuerdo con su antiguo consejero, volvió a instar a su hijo con palabras casiidénticas a las que le dijo meses atrás:—Juanito, o te desembarazas de Arias o esto se va a hacer gárgaras.Días después, un emisario del rey Juan Carlos almorzó con el embajador Wells Stabler y otrosmiembros de la legación de Estados Unidos en Madrid. Eran los preparativos del viaje oficial de losReyes a Washington y Nueva York. Aprovechando esa visita y los agasajos que la AdministraciónFord había programado para dar un visible respaldo a la Corona española, el Rey iba a forzar ladestitución de Arias. Pero seguía temiendo un duro coletazo del búnker, y solicitaba bajo cuerda laayuda de sus amigos americanos. Los diplomáticos estadounidenses se mostraron conformes enayudar cuanto fuera preciso, pero a condición de que no se viera su sombra detrás: la caída de Ariasno debía parecer ni de lejos una injerencia de Washington. [117]La lista de pedidos del Rey a la Casa BlancaDesde que Kissinger y Areilza suscribieron el acuerdo entre Estados Unidos y España, elevado al

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