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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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que se estuviese tramando contra él. Pero tenía que anticiparse al calendario de los otros. Suimpresión era que se habían dado como plazo todo febrero. Tenía que pillarlos en la ducha.¿Dimitir para evitar un golpe disfrazado de legalidad, un fraude constitucional? Sí. Ni media duda.¿Dimitir y retirarse a la retaguardia del partido para limpiar fondos, reorganizarlo en provincias,pedirles sus carnés a las termitas corrosivas, a los pringaos, a los traidores y a los enredadores?¿Dedicarse full time a potenciar el pluralismo y el interclasismo, fortaleciendo la unidad en loesencial: ¡los principios, en lugar de las ambiciones!? Esa tarea le ilusionaba. Y era el único modode poder ganar las elecciones de 1983, incluso con más votos. Pero tendrían que decidirlo loscompromisarios, los delegados de las bases en el Congreso de Palma.Y volvía atrás en su disquisición: ¿dimitir de verdad, o amagar y no dar? Ahí es donde podía hacertrampas en su solitario. ¿Dimitir para ser reelegido a los tres días por aclamación en el Congreso dePalma y catapultado a la gloria, o dimitir en serio, quedarse como militante de base, igual que hizoFelipe González, y aguantar el tirón hasta ser reclamado y elevado al pináculo del liderazgoincuestionable?Durante casi un año, Suárez pensaba amagar con el anuncio de una dimisión que podría ser un meroaviso para navegantes, un gesto de escarmiento para provocar en pleno debate congresual que losrepresentantes de las bases le reclamasen «¡Adolfo, quédate!». Su agenda era informar a los baronesde su partido, avanzárselo sin fecha al Rey, anunciarlo solemnemente en Palma, en la atmósferainicial del II Congreso de la UCD, y que en los tres días de sesiones experimentasen el shock, eldesconcierto, la orfandad... Es decir, meter el miedo a su gente, provocar una catarsis, un cambio deactitud y una reunificación. Si lo querían como líder, los votos serían el test de su fuerza. Y su avalpara poner condiciones en el partido, en el grupo parlamentario y en el Gobierno, un Gobiernocohesionado que reflejase la realidad plural de la UCD, pero no el canon de poder reclamado porcada tribu. Si se producía un revival entusiasta, podría decirle después al Rey: «Tengo el respaldodel partido: no es necesaria mi dimisión.»Había sufrido hasta perder la alegría. Le afectó mucho el ver que no tenía autoridad entre susdiputados. Fue cuando, de noche a madrugada y por teléfono, se pusieron de acuerdo para elegircomo portavoz del grupo parlamentario de la UCD a su más pugnaz enemigo, el ariete de los críticos,Miguel Herrero de Miñón. Fue un complot a sus espaldas. Eso le golpeó política y moralmente. Se leclavó como una espina. Luego, el juicio sin defensa en La Casa de la Pradera. A continuación, lamarcha de Fernando Abril, y los recelos y la desconfianza entre los dos. Tenía enfrente a la banca, alos empresarios, al Ejército, a algunos miembros de la Conferencia Episcopal... no le agradaba, ni ledejaba indiferente, pero tampoco le producía insomnio. La presión de ciertos poderes fácticos másbien le hacía crecerse. En cambio, que fueran los suyos, la gente de la UCD, quienes le serraban lospies y las piernas, eso sí que le desmoronaba. O ver a su propia familia, desconcertada ante lascríticas feroces, descarnadas, crueles que le hacían día tras día en la prensa. Era el blanco de todoslos dicterios, del sarcasmo a la injuria. «Yo todo eso lo encajo, soy fuerte, aunque no soy depedernal —le confesó a una periodista con quien tenía confianza—; pero lo que no puedo encajar, loque me raja, es leer duda, juicio, decepción en la mirada de un hijo mío, Adolfito, que ya no es unniño, pronto cumplirá diecisiete años, y a quien no sé cómo explicarle que yo no soy ese canalla quedía tras día pintan los periódicos.» Y junto a tantísimos ataques, la presión de la familia: «Déjalo, nose lo merecen, déjalo todo y vámonos a casa.» [15]Le parecía de justicia esforzarse por renacer de sus cenizas, recuperar su prestigio, someterse a ladecisión de las bases del partido que fundó y reivindicar su liderazgo. Sí, ése era su plan desde queempezaron a atacarle los caimanes dentro y fuera. Pero ahora una dimisión ficticia, por provocar un

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