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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Los Pactos de La Moncloa:los comunistas se ponen corbataLas Cortes constituyentes trabajaban como en una campana neumática, aisladas de lo que ocurríaalrededor. Pero fuera tronaba. La crisis económica que España arrastraba desde 1973 era yagravísima y, sin catastrofismos, tanto el Gobierno como la oposición temían una deriva trágica. Elaumento de los precios del petróleo. El déficit agudo de la balanza de pagos. La inflación superabael 26 por ciento, y con previsiones al alza. La espiral precios-salarios, desbocada, y el dinerocirculando a espuertas, sin reserva de divisas. Muchas empresas, entre ellas las del InstitutoNacional de Industria (INI), eran insostenibles. Había que hacer una reestructuración industrial afondo, y nadie se atrevía. La hemorragia del desempleo aumentaba por días; y a la cifra de paradosse añadía el regreso masivo de emigrantes que Europa, también afectada por la crisis energética,despedía y desalojaba. Desde los últimos años del franquismo se acusaba un flujo intenso de fuga decapitales. Desinversión, descapitalización, conflictividad laboral: paros, huelgas, protestas,despidos, cierres patronales... Los empresarios, acostumbrados a imponer su fuerza corporativa o arecurrir al intervencionismo estatal en la relación patrono-obrero, desconfiaban de un nuevoescenario político en el que tenían que «sentarse hasta entenderse» con los sindicatos de clase comointerlocutores.En ese sombrío panorama, además de tronar, con inclemente frecuencia caían rayos: ETA seencarnizaba con víctimas de uniforme: policías, guardias civiles, militares. Cada vez que elasesinado era un general, la prensa ultra cebaba de odio y de revancha al Ejército.La UCD, más que un partido, era, como decía Martín Villa, «una gestora de la Transición, enbeneficio de todos y sin agradecimiento de nadie», y se había dedicado primordialmente al granreclamo social: desguazar la dictadura, asfaltar el camino de los derechos y las libertades, y poner enmarcha la Constitución. Y ello, en un continuo ejercicio de negociación donde cada cesión a lasdemandas de la izquierda se traducía en una merma del electorado propio de centroderecha,enfrentándose a los sectores económicos, religiosos y militares más reacios al cambio.Al formar su nuevo Gobierno tras las elecciones del 15-J de 1977, Suárez había fichado a unalumbrera de la economía, el profesor Enrique Fuentes Quintana, un eminente gurú que llegaba con suprograma de medidas urgentes en la cartera. Le dio el rango de vicepresidente y toda la cancha demaniobra que requiriese. Fuentes le soltó sin ambages: «Presidente, no quiero aguar la fiesta de laslibertades, pero España es un enfermo grave y necesita quirófano, intervenciones urgentes y un plandrástico de saneamiento.» También le dijo «la profundidad de la crisis —embalsada y desatendidademasiados años ya— va a requerir una cura tan antipática, tan antipopular, que precisará elconcurso de todas las fuerzas políticas, económicas y sociales. Es decir: remangarnos a trabajartodos, y repartirnos los costes entre todos. Es importante que Paco [Fernández] Ordóñez se ponga yacon la reforma fiscal».Ese diagnóstico cristalizó en el cerebro de Suárez en una sola palabra: pacto. Sin perder uninstante, citó en La Moncloa a Santiago Carrillo. Por aquellos días —otoño de 1977—, el lídercomunista insistía públicamente en «la necesidad patriótica de un Gobierno de concentración». Conotras palabras, lo de Fuentes Quintana. Carrillo contaba apenas con veinte escaños en el Congreso,pero tenía el gran sindicato CC.OO.—Voy a hablarte claro, Santiago. En lugar de ese Gobierno de concentración, te propongo un gran

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