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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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que en el Gobierno y en el SPD no están ya ni impacientes: están escépticos porque ven suspendidasine díe nuestra prometida democracia. No se la creen. Cuando le digo a Arias que necesitamos darseñales fiables de que el cambio va en serio, me escucha distraído, sin atención, como Sinuhé elEgipcio: «Tus palabras son zumbido de moscas en mis oídos...» Luego está el asunto del Concordatocon la Santa Sede. La diplomacia vaticana es delicada, de guante blanco. Y, la verdad, ha llegado unmomento en que no sé si le importa un bledo o si lo entorpece adrede...El Rey iba reaccionando con sorpresa: «Pero ¿qué me dices?»; luego con asombro: «¡No puedeser!»; al final, casi llevándose las manos a la cabeza: «¡Es inaudito!» Y Areilza continuaba suretahíla de quejumbres.—Mira, José María, no te hagas mala sangre. Todo eso es una maniobra deliberada y clarísima.Arias te ve como a un rival y quiere que te pongas nervioso y le presentes la dimisión.—Pues por mí, cuando quiera.—¡De ninguna manera! ¡Te lo prohíbo!—Es que, señor, tal como están las cosas y mirando al mañana, puede ser mejor que algunos nosvayamos de momento a la reserva...Lo último que podía querer el Rey era una crisis a destiempo, dejando en hilvanes su viaje aEstados Unidos y, sobre todo, brindándole a Arias el balón de oxígeno de remodelar el Gobierno ycon eso tirar adelante medio año más.—¡Ni hablar, ni hablar! Espera y aguanta. ¡También yo espero y aguanto! [106]«Espera y aguanta...» Regresando aquella tarde de La Zarzuela a su casa de Aravaca, Areilza sesentía, más que confortado por el Rey, hondamente persuadido de que volvía a tener muchaspapeletas para ser «el elegido».Vuelven los republicanosA finales de abril regresaron a España algunos ilustres republicanos que durante cuarenta añoshabían permanecido ausentes, en un exilio voluntario, hasta no ver indicios de un cambio político.Max Aub, Ramón J. Sender y Severo Ochoa habían vuelto poco antes; pero en la remesa de 1976llegaron el historiador Claudio Sánchez-Albornoz, el lingüista Salvador de Madariaga, el jurista ypolítico José María Gil-Robles y el químico Francisco Giral, socialista como su padre, José Giral.España los acogió con grandes despliegues en la prensa y homenajes incesantes en diversos foros dela cultura. Volvían cargados de años y experiencia, con prestigiosos currículos faenados en elexterior; pero, sobre todo, volvían con un deseo desbordante de perdón y reconciliación entre losespañoles. El retorno de esos republicanos represaliados por la dictadura significaba un respaldo devalor al nuevo régimen de Juan Carlos I, y el Rey mostró interés en recibirlos uno a uno.A sus noventa años, Salvador de Madariaga pronunció el discurso de ingreso en la Academia de laLengua y ocupó el sillón M, que le aguardaba desde 1936. Entre Oxford y Locarno, habíatranscurrido su «larga noche» de extrañamiento. Abanderado liberal, defensor de Don Juan yorganizador del Congreso Europeo de 1962 que Franco calificó de traición y Contubernio deMúnich, Madariaga fue a saludar al Rey.Lo primero que le dijo, y no como disculpa, sino como información, fue:—Yo serví en la República porque me nombraron embajador en Washington... sin consultarme.Pero pienso que, siendo válidas la Monarquía y la República como formas de Gobierno, ya es horade que aquí se abandone esa discusión. Los dos intentos históricos han demostrado que en España,

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