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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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las negociaciones del tratado bilateral y el acuerdo sobre las bases americanas en España. Por tanto,hasta mayo o junio recorrería el territorio nacional en una tournée de contactos directos con losespañoles: tocar pueblo, conocerlos y darse a conocer. Una batalla de conquista pacífica. Losespañoles le conocían como «el príncipe de Franco»; ahora necesitaba ganárselos como Rey yrecibir de ellos la legitimidad popular. Una asignatura pendiente e indemorable. Empezaría porCataluña.Otra urgencia en su agenda era hacer ver cuanto antes a las Fuerzas Armadas que no estabanacéfalas, que tenían un jefe supremo, y ese jefe era él.También entre sus prioridades tenía el Rey una reunión con el Consejo del Reino. En teoría, debíaser su cinturón pretoriano de consejeros, pero en la realidad no era así. Salvo dos o tres, el restoeran hombres afectos al franquismo y renuentes a cambiar el régimen. El Consejo del Reino era unórgano superfluo y formalista, acostumbrado a sestear durante años, y que Franco empleó como seemplea el lacre, para sellar lo ya decidido, ya escrito y ya firmado.Se necesitaba el dictamen del Consejo del Reino para disolver o prorrogar la legislatura de lasCortes; para destituir al presidente del Gobierno, y para que presentasen al jefe del Estado una ternade tres posibles candidatos a ocupar ese cargo. Sus consejos eran unos formulismos preceptivosaunque no vinculantes, pero si el Rey los desoía se podría generar una colisión institucional. Demodo que, aun siendo un órgano de dignidad y «circunstancias», a malas podía convertirse en llaveencasquillada que impidiera abrir la puerta.El Rey sabía que en dos momentos no muy lejanos tendría que recurrir al Consejo del Reino: para«oírlo» el día que decidiera prescindir de Arias; y a continuación, para que fabricase la terna deposibles presidentes del Gobierno. Llegada esa ocasión, la llave debía estar bien lubricada.Atento, pues, a esos primeros pasos que él mismo se había establecido, cuando Arias le dijo quehabía convocado la Junta de Defensa Nacional en Presidencia del Gobierno, le dijo: «No, no, cítalosaquí, en Zarzuela, porque voy a presidirla yo.»El tema del día era el acuerdo sobre las bases militares, los contenidos del tratado con EstadosUnidos que debía firmarse el 23 de ese mismo mes. Los altos mandos militares, pese a ser losbeneficiarios del toma y daca con los americanos, se mostraban críticos y recelosos. Casi todosdesenfundaron sus folios y los fueron declamando con vehemencia o leyéndolos atropelladamentepara que todo entrara y nada quedase por decir. Tenían la mala experiencia, se dijo allí, «del gatoescaldado»: «Toman a España por un hangar de alquiler y un taller de reparación para sus buques ysus aviones, o una dársena para sus peligrosísimos submarinos nucleares»; «A cambio, nos dan lachatarra que ellos no usan, o si son equipos nuevos nos los suministran por piezas, sin munición, sinformalidad en las fechas de entrega, cuando les da la gana»; «El tratado queda muy bien en el papel,pero no tiene un valor real: las cláusulas de seguridad son un camelo, porque Estados Unidos nomoverá un dedo si a nosotros nos ataca el moro en Ceuta, Melilla o Canarias»; «Las contrapartidasson imaginarias, y los créditos tienen unas condiciones que nos atan las manos para desarrollarnuestro propio armamento nuclear; van en letra pequeña, pero van»; «Las ayudas civiles son menoresque las que obteníamos antes»; «Las fechas de desnuclearización y salida de sus submarinos no sonreales, no se conseguirán»; «Habría que reducir drásticamente esos vuelos de sus cisternas desuministro de combustible por encima de nuestro territorio». Decían unos, decían otros...El Rey escuchaba muy atento, sin mover un músculo. De vez en cuando tomaba alguna nota. Pero semantuvo estatuario. No quería expresar acuerdo o desacuerdo con lo que allí se manifestaba; sólo oírlas opiniones de la cúpula militar.El tratado iba quedando hecho trizas sobre el tapete adamascado de la mesa de consejos, y aún

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