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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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Cínicos consejos de Kissinger a AreilzaAreilza desconocía que el Rey y Kissinger iban a tener un encuentro sin testigos ni actas; quizá porello insistió en reunirse también a solas con el secretario de Estado. Kissinger le invitó a tomar caféen su despacho de visitas, después del almuerzo en el Senado. No había entre ellos empatía, pero síun recíproco interés exploratorio. Areilza trasladó después a su Diario unos apuntes de aquellaconversación, que duró más de una hora:Ahora son ustedes una pieza segura en el dispositivo general de Occidente —dijo—. Sin embargo,esa seguridad puede aflojarse con un alza de la izquierda que la lleve hasta el Gobierno. Ese riesgolo corremos también en Italia y en Francia en los próximos años electorales. Y Gran Bretaña pasapor momentos económicos y sociales sumamente difíciles. No tenemos otro apoyo sólido que el deAlemania Federal. [...]No vamos a decirles nada si ustedes se empeñan en legalizar el Partido Comunista. Pero tampocoles vamos a poner mala cara si lo dejan sin legalizar unos años más... Sería más cómodo paraustedes. [...]Ah, y si ustedes encuentran dificultades en Europa —el americano leía el pensamiento de suhomólogo español—, no se olviden del Mediterráneo y del norte de África, donde la solidez de surégimen y la consolidación del Reino de Marruecos son dos elementos de estabilidad en la zona mássensitiva: las bocas del Estrecho. [...]No vayan a las elecciones —seguía con sus consejos desde la cúspide— hasta que el Gobiernotenga un partido propio que les dé la seguridad de ganarlas. Mientras no logren eso, ganentiempo. [133]Un par de días después, antes de salir de Washington, el Rey desayunó con Kissinger. Fue la únicaconversación que mantuvieron a solas. Don Juan Carlos le dijo que tenía intención de destituir aArias Navarro, aunque buscaba el momento oportuno porque temía «una reacción brusca del búnkerfranquista». No le reveló la identidad del posible sucesor. Más bien le dejó entrever que habíavarios entre quienes elegir y él todavía dudaba entre unos y otros.Kissinger no debió de mostrar un gran entusiasmo con esa noticia, pues para él Arias era un factorde tranquilidad que templaba a los franquistas, daba confianza a los militares, no abría la puerta a loscomunistas y mantenía «un deseable ritmo lento» en la Transición.Tampoco tenía especial simpatía por ninguno de los políticos españoles que conocía. Lazigzagueante trayectoria política de Areilza no le inspiraba confianza, ni su afición democráticaparvenue, de última hora. ¿Fraga? No le causó buena impresión cuando desayunaron en Madrid elpasado mes de enero. Fraga exhibió entonces su memorial político, su proyecto de reforma, yKissinger le puso peros en todos los párrafos. Poco después, le comparó con el presidente deMéxico, Luis Echeverría, a quien consideraba «un peligroso ególatra».Es posible que, en ese tête-à-tête con el Rey, Kissinger no se privara de advertirle que en el plande Fraga la figura del monarca quedaría ubicada en un pináculo del edificio de Estado,espléndidamente, pero sin más función que la de un símbolo presencial. Y que le habían llegadoindicios preocupantes de las prisas de Fraga por apartar al Rey del proceso político, so pretexto deque no se quemara en el día a día. [134]Así se lo dijo en diciembre de aquel mismo año a Manuel Prado y Colón de Carvajal, enviado aWashington como emisario oficioso del Rey. [135]

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