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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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CAPÍTULO 6La caja negra del golpePío a Pujol: «Presiento revuelo de entorchados»18 de febrero. Leopoldo Calvo-Sotelo expuso en el Parlamento sus líneas de Gobierno, siconseguía la investidura. En la bancada azul, el Gobierno saliente. En el escaño de cabecera, todavíaAdolfo Suárez.Un discurso enjuto y sobrio en la forma, descarnado en el contenido y haciendo sonar las alarmasde la muy grave situación de liquidez en caja en que nos encontrábamos. Estatuario, sin una sonrisa,sin un sorbo de demagogia, fue llegar, decir buenas tardes, «dimitido Suárez, la Transición haterminado», y, sin más, volverse los bolsillos del revés para mostrar al país un empobrecimientobrutal y una inflación suicidamente disparada. Fue exponiendo las medidas que iba a aplicar parapaliar el paro y enderezar la maltrecha economía: moderación salarial, estímulos a la exportación,liberalización económica, reconversión de la industria obsoleta y creación de industria nueva, apoyoa los desprotegidos sectores de agricultura y pesca. También, sin media promesa festiva, expuso sudesacuerdo con el modo en que se venía desarrollando el proceso autonómico «porque se corre elriesgo de desmantelar España, como si el Estado fuese un almacén de competencias que se vantransfiriendo a las autonomías hasta que sólo quede un conjunto residual». Informó de lasnegociaciones para ingresar en la Comunidad Económica Europea, pero no ocultó que eran difícilesporque no estábamos en condiciones de alcanzar ese listón y, por tanto, nos convenía formar paquetecon Portugal, más pobre aún que nosotros. Dentro de la seguridad ciudadana, priorizó la luchaantiterrorista. Dio medidas policiales, judiciales y penales... y lanzó un envite a Giscard, nadacolaborador por costumbre.Al final, abrió la almendra de la cuestión: la OTAN. El precio que Suárez se había negado a pagar.Y el precio que él garantizaba, a cambio de llegar a la presidencia sin pasar por las urnas... yganándole la carrera al candidato aspirante Armada. Pero esto muy pocos lo sabían.Miró hacia las bancadas socialistas y se descaró sin rodeos ni razones: «Anuncio mi voluntad deque España se integre en la OTAN, y me dispongo a iniciar consultas con los grupos parlamentariosa fin de articular una mayoría, escoger el momento oportuno, y definir las condiciones y modalidadesen que España estaría dispuesta a participar en la Alianza Atlántica.» Ése era el salvoconducto. Conello eliminaba —¿sabiéndolo?, ¿intuyéndolo?, ¿ignorándolo?— «la necesidad de un Gobierno fuertede concentración presidido por un militar de prestigio», un Gobierno probeta que repartiera entretodos los partidos el indigesto marrón del «OTAN sí».Los días 19 y 20 de febrero rugieron los debates. Calvo-Sotelo quiso, también en esto, enmendarlela plana a su predecesor, Suárez, quien todavía encabezaba el banco azul, y respondió uno a uno atodos sus oponentes. Pero sus ministros y longa manus negociando en los pasillos no lograban los176 votos, mayoría absoluta, requeridos para ser proclamado en la primera vuelta.El mediodía del 19, Martín Villa invitó a comer a José María Cuevas, factótum de la patronal. Enel comedor privado del Ministerio de Administración Territorial, cinco ministros. Además deRodolfo Martín Villa, Juan José Rosón, Jesús Sancho Rof, Manuel Núñez y Pío Cabanillas.Abiertamente le plantearon la necesidad de los votos de la minoría catalana. «Miquel Roca pide

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