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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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de “regios”—, y que siga moderando... ¡Por favor, no le encorsetemos!». [4]La clave de esa repentina liberalidad del líder socialista hacia el monarca y su ejercicio arbitralllegó pocos días después. Al parecer, Felipe estaba zambullido ya en la Operación Armada, o DeGaulle, o golpe de timón, cuya estrategia pasaba lisa y llanamente por decapitar a Adolfo Suárez conuna moción de censura. Permanecía al acecho para que Adolfo no tuviera el arranque súbito dedisolver Cámaras y zanjar con un «señores, no hay censura porque se acabó la función». ReunidoFelipe González por esos días con un grupito de periodistas, les dijo: «Yo me temo que, si Suárez seve contra las cuerdas, ante el riesgo de perder la presidencia, quizá se lance a disolver las Cámaras ya convocar nuevas elecciones... ¿Puede hacerlo? Constitucionalmente, sí. Ahora bien, en estostiempos y tal como está el país, ¿debe hacerlo? Yo, en conciencia, no disolvería las Cámaras —yagregó—: Yo, en su lugar, no disolvería las Cámaras sin el níhil óbstat del Rey.» [5] Una «venia»regia que no está en la Constitución, porque si estuviera convertiría al monarca en un Rey absoluto.Esa supeditación al níhil óbstat del Rey sonaba extraña en Felipe González. Cuando Suárez leyó lafrase en un periódico intuyó que algo raro se movía en la trastienda, y que esa trastienda no estabamuy lejos de La Zarzuela.Con aquella cautela de julio, González se anticipaba seis meses a la reacción que acababa de tenerel Rey esa misma tarde, en su tormentoso despacho con Suárez, cuando éste aludió a una inmediatadisolución de Cámaras. Es decir, a un inesperado cambio de escenario.Con datos, intuiciones y su olfato político, Suárez supo aquella noche que, en cuanto susadversarios tuvieran completa la colecta de votos, le plantearían la moción de censura. Necesitabaadelantarse, golpear primero y por sorpresa.Cuando llegó de Barajas a La Moncloa era muy tarde. Subió a dar un beso a Amparo. Los chicosdormían. A Pepe Iglesias, el mayordomo, le pidió «café con leche, y si encuentras un Desenfriol oalgo así, tráemelo, por favor, y vete a dormir.»En su despacho siguió pensando, combinando fechas, calculando el juego del contrario. ¡Loscontrarios! ¿Estarían listos ya? ¿Qué tiempo necesitarían? El Rey, sin querer, con su ligereza le habíadado unas pistas. A ver... dijo que si disolvía ahora, le partía por el eje tres viajes importantes: PaísVasco, Estados Unidos y Noruega. Luego, ellos, los contrarios, no tenían pensado actuar antes deesos viajes. Abrió su dietario de mesa para precisar las fechas: País Vasco, del 3 al 5; EstadosUnidos, del 9 al 18, visita oficial y estancia privada; Noruega, del 27 de febrero al 2 de marzo. Perodespués de lo hablado con el Rey, todo se aceleraría. Y él tenía por medio el Congreso de la UCD enPalma.Poco a poco, fue viendo con nitidez que la «salida» de unas nuevas elecciones, además de serlenta, no le beneficiaba: le serviría en bandeja a Felipe la presidencia. La fórmula expeditiva, rápiday contundente sería dimitir. Eso sí que les cortaría el saque.Y no sólo dimitir. Hacer que la UCD, partido legítimamente gobernante, siguiera en su puesto yeligiese de entre sus filas al sucesor. De ese modo, no habría ni un minuto de vacío de poder, y losque estaban con el hacha de la censura en alto se encontrarían sin cabeza de «hombre odioso» quedecapitar. La Operación Armada se habría quedado en una mala tentación frustrada. Por salvar aEspaña de los salvapatrias, valía la pena dimitir.Tan embebido estaba en sus pensamientos que ni se percató de que Pepe Iglesias había entrado ensu despacho, le había dejado una bandeja con dos pequeños termos de café y leche, un tubo deDesenfriol y una tortilla francesa. Ni que en voz baja le había dicho «por si luego le apetece, señor; yno se quede mucho rato».

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