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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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nuevas, de nuevas, no le llega. Es un tema recurrente en las conversaciones de los últimos tiempos.Pero puede haberle sorprendido, así, de sopetón, que sea algo inminente. El muy astuto de Adolfo havuelto a pillarlos con el pie cambiado. Habrá que intentar frenar ambas iniciativas: la dimisión y elanuncio tan rápido.Si Calvo-Sotelo no se lo había dicho al Rey, podría llegarle enseguida por Landelino. O porcualquiera de los barones, sentados ahora mismo en torno a esta mesa. Por cualquiera, menos AgustínRodríguez Sahagún y Fernando Abril, que todavía no se han enterado de la noticia, ni por RafaelArias-Salgado y Calvo Ortega, «que son míos, míos».Los barones se habían enzarzado en una discusión respetuosa, casi a media voz, como si hablarande la herencia o de las pompas funerarias delante del muerto. Unos opinaban que sí había desgaste,otros que no tanto o no tan irrecuperable, otros que era la ocasión óptima de sacar la cabezaofreciendo un recambio de consenso, aceptable por todos aunque no entusiasmase a nadie... Suárez sehacía el muerto. Realmente. Era una técnica escapista que había aprendido entre esta gente, sinapuntarse al cursillo. Los oía como un bisbiseo de fondo, sin interrumpir el hilo de su hipótesis: elRey no habría tardado un minuto en descolgar el teléfono para comunicárselo a Armada, y éste a sustaff inteligente, Calderón, Cortina, García Almenta... miembros todos del CESID. Un modo defrenar la dimisión sería que el propio Rey, cuando Suárez acudiera a La Zarzuela a comunicárselo, ledijera «piénsatelo unos días», o «guárdate esa decisión y no la hagas pública hasta que yo vuelva deEstados Unidos, porque no es bueno que estén las dos jefaturas vacías: yo, fuera de España, y túdimitido y en funciones». Eso daría un margen de tiempo hasta el 18 de febrero, fecha del regreso delos Reyes. Pero... Suárez tiene ahora en Palma su Congreso Nacional; y lo que no hará, ni pensarlo,será el paripé de celebrar el Congreso, con sus debates, ponencias, listas, votaciones, nuevos cargos,etc., y todo en falso, callándose su plan de retirada, para soltarlo dos semanas después en Madrid; locual obligaría al partido a reunirse de nuevo, sin líder y partiendo de cero... La fórmula útil sería quela UCD aplazara su Congreso de Palma.Ahí se acababa el carrete del hilo de las conjeturas de Suárez. Como un ajedrecista, tenía quecalcular todas las posibles jugadas del otro. Y eso hacía.Ya eran más de las diez y media de la noche. Los barones habían liquidado el catering que lesdispusieron. Suárez tomó la palabra de nuevo: «Lo que os he comunicado va más allá de laconfidencialidad, y os encarezco que lo mantengáis en secreto hasta que yo os diga. ¿Pacto decaballeros?» Levantó la sesión y Rafael Calvo, como secretario general de la UCD, les recordó queal día siguiente, el 27, volverían a reunirse allí mismo a las siete y media de la tarde, no sólo elsanedrín, sino los treinta y cinco del comité ejecutivo, para tratar asuntos concretos del Congreso. Enun aparte, Suárez le pidió a Arias-Salgado: «Rafa, ¿por qué no localizas a Fernando en Valencia y lepones al corriente de lo que hay?» [23]Algunos barones se fueron a cenar a Los Remos, en la carretera de La Coruña. En las oleadas deencuestas, la UCD descendía mes tras mes su nivel de aceptación. «Sólo falta que se nos vaya estehombre —dijo Leopoldo—. Adolfo es como el clavito que sujeta el varillaje de un abanico: elelemento de unidad. Si quitas el clavito, las varillas se desperdigan y el abanico no sirve para nada.»Rafael Arias-Salgado telefoneó a Fernando Abril, que seguía en Valencia, y le dijo lo que había.Abril regresó esa misma noche a Madrid.Cerca ya de la una de la madrugada, se despidieron los que habían cenado en Los Remos. PeroLeopoldo y Rafael Arias-Salgado volvieron a La Moncloa para disuadir a Suárez. Fue inútil.—No insistáis. Es una decisión sin marcha atrás. Hace un rato he telefoneado al Rey y le he dadoun anticipo: «Majestad, tengo que decirle algo muy importante.»

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