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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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compañeros de pupitre, de dormitorio y de diversiones, desde niños, no se mordió la lengua. Sinrepetir lo de «primorriverismo», sí usó la misma comparación, y quizá con más fuerza:—Todo esto se parece demasiado a lo que hizo vuestro abuelo nombrando a Primo de Rivera paraponer en orden la situación. Y todos sabemos que el precio de aquella dictadura fue demasiado caro:la República, la anarquía, la guerra civil y... otra dictadura durante cuarenta años. [56]El Rey: «¡Con qué ganas cogía la moto y me plantaba en Euskadi!»Cuando caía asesinado un guardia civil en el País Vasco, Tejero se presentaba en el cuartel o en lamorgue donde estuviera el cadáver, todavía sin amortajar, y le estampaba un beso en la frente o en elcráneo destrozado por las balas, «y a veces —decían—, le quedaba algo de sangre en el bigote».A Suárez le reprochaban que no fuera a los funerales de las víctimas de ETA.«Salga más a la calle, señor Suárez, abandone las brumas de La Moncloa. No es sólo un consejopara usted, sino algo sano para el país», le había dicho Felipe González en el hemiciclo, desde suescaño, el 18 de septiembre anterior, concluyendo los debates de la cuestión de confianza.Quizá tenía razón. En los últimos meses del año 1980, Suárez había hecho de su palacio undespacho, de su despacho una fortaleza, de su fortaleza una cárcel... y de su cárcel una tumba. O apunto estaba.Pero aquel diciembre salió hacia el País Vasco. No iba a ningún entierro. No iba a demostrar quetenía agallas. Iba... a ir. Iba a eliminar escollos, llegar a acuerdos, rematar negociaciones y hacerposible que el Rey visitase el País Vasco a principios de febrero de 1981.Fue un viaje duro, áspero, difícil, agresivo. Mala acogida. Encono. Gresca, pitadas y abucheos delos grupos abertzales. Insultos como puñaladas de la gente de derecha. Letreros insultantes en losmuros de las calles. Pósteres con caricaturas vejatorias. Vacíos, plantones y descortesías de algunasautoridades. Ciento ocho ayuntamientos regidos por el PNV se declararon en huelga por su visita.Suárez palpó la hostilidad hacia él y hacia España. Percibió el acobardamiento de los vascosespañoles, que a distancia le expresaban cordialidad con la mirada, pero no se atrevían a acercarse,a tenderle la mano, a significarse. Vio que aquel trozo de tierra era como un país tomado por unabanda de matones.Mantuvo el tipo sin arrugarse. Cuando ya regresaba, comentó en el avión: «No, no he sentidomiedo. Ha sido peor... He sentido frío.»Y en cuanto informó al Rey, le dijo:—Majestad, no debe ir allí todavía. Diga lo que diga Marcelino, [57] aquéllos no están listos pararecibir al Rey como es debido. Ya irá. Ahora no es el momento. Se lo desaconsejo absolutamente.Suárez, por su parte, cumplió lo que desde octubre venía negociando, mesa de por medio, con ellendakari Garaikoetxea. Antes de acabar el año, cerró el acuerdo sobre el concierto económico y eldespliegue de la Ertzaintza. Fueron sus últimas acciones políticas.Pero el Rey se había empeñado en ir a Euskadi. Ya se lo había dicho y muy castizamente aGaraikoetxea:—Me duele y me cabrea que haya quien piense que el Rey no tiene cojones para ir allí... Y nosabes tú con qué ganas cogía la moto ahora mismo y me plantaba en Euskadi para demostrarles queuno tiene... lo que hay que tener.La respuesta de Garaikoetxea fue cruda y nada cortesana:—Mientras no se restaure el concierto económico que nos suprimieron en Bizkaia y en Gipuzkoa

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