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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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—Lo que ocurre es que el Rey viene a destapar el frasco y a anunciar la nueva democracia. Quierehacerlo justamente aquí —replicó Ford—. Y no voy a decirle «cierre usted el frasco». Él tiene seriasdificultades en su país y espera de nosotros que le alentemos en ese camino...—Presidente, yo le preguntaría por sus planes y le sugeriría que avanzase lo suficientemente rápidocomo para dar repuesta a los que presionan; pero no tan rápido que pierda el control. [125]El Rey a Ford: «No caeré en el error de mi abuelo Alfonso XIII»Una vistosa ceremonia de recepción, el Rey y el presidente Ford revistaron las tropas uniformadasde gala. Himnos nacionales, banderas, discursos. Luego pasaron al Despacho Oval. Losacompañaban Kissinger, Areilza, los embajadores de ambos países, Wells Stabler y Jaime Alba, y elsiempre presente consejero de seguridad Brent Scowcroft. Juan Carlos recordó que ya había estadoen aquel despacho, siendo todavía príncipe, en tiempos de Nixon. Ford rompió el envaramientoinicial con un comentario sobre el tiempo, mirando por los ventanales hacia el cielo gris cubierto:«Ha habido suerte con el tiempo. Cuando vino el emperador de Japón, llovió a cántaros y tuvimosque meternos dentro.» Luego, le avanzó al Rey: «Me parece que va a tener usted una acogida muycálida en el Capitolio, le esperan con ganas.» Y Juan Carlos agradeció ese foro excepcional: «Ya séque es un honor que no se dispensa a nadie, o a casi nadie, y lo aprecio en su valor.»Fue un tour d’horizon relajado sobre diversos temas de actualidad: las próximas elecciones enItalia, la situación política de Portugal, la invasión del Líbano por Siria, que acababa de ocurrir ydonde había ya más de treinta mil muertos.Kissinger, siempre con información privilegiada y de última hora, sorprendió a los visitantes conuna buena noticia:—Estamos tratando muy estrechamente con los saudíes y nos han asegurado que no van a subir elprecio del petróleo ni van a reducir las cuotas de exportación.—¡Eso sería una bendición! —El Rey, muy expresivo—. Pero ¿es seguro?—Sí, es seguro, y podemos dar cuenta de ello.Enseguida abordaron el tema estrella: el establecimiento de la democracia en España.Ford preguntó, directo:—Me gustaría escucharle sobre la evolución política en España, desde que usted llegó al poder.—Allí ningún grupo político quiere un cambio brusco. Por eso está yendo todo poco a poco, muypoco a poco, aunque sin demasiados problemas. Despacio, pero suavemente. —El Rey movía sumano izquierda como imitando el deslizamiento sinuoso de un pez y empleó la expresión slowly butsmoothly—. Hemos tenido momentos conflictivos, muy difíciles, sobre todo en febrero.Ford y Kissinger asentían, estaban al tanto de la racha de huelgas, protestas, manifestacionescallejeras y cargas policiales.—Y la prensa no nos ayudó nada —remató el Rey.—Nunca lo hace —dijo Ford.—Yo trato de no impacientarme; aunque, a decir verdad, creo que todo podría haber ido un pocomás deprisa. Pero, bueno, lo peor ya ha pasado y las cosas están marchando. No es fácil. De no habermás que un partido único, se ha pasado a que de pronto haya ciento cincuenta minipartidos políticos.—¡¿Ciento cincuenta?! —Ford creía haber oído mal.—Sí, sí. —El Rey respondió en tono jocoso—: Posiblemente los miembros de algunos de ellosquepan todos en un taxi. Ahora están estudiando convocar elecciones en primavera... Sería la ocasión

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