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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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jefecillo tribal de la UCD». González le dijo al Rey todo lo que quiso: falta un proyecto político, laAdministración sigue siendo opaca y el Estado muy burocrático, el plan de las autonomías esdiscriminatorio y generará rivalidades, no es bueno el enfrentamiento entre el Estado central y elEstado periférico... Insistió en la necesidad de un proyecto con el que se identificase la sociedad, y apartir de esa voluntad popular el Gobierno no necesitaría ir pactando cada ley, porque tendría unapoyo parlamentario sólido. En realidad, no concretaba. Era una amplia queja vagarosa. Al final,clavó la denuncia: «Yo no sé a qué se dedica Suárez, me parece que recibe visitas, hace consultas,viaja... o sea, las tareas propias de un jefe de Estado bis, o de un presidente de República; pero lasriendas del Gobierno están en manos de su vicepresidente y amigo del alma, Fernando Abril. Y esoestá erosionando la confianza en la democracia.» [101] Era lógico que ese vicariato, ese validaje,preocupara al líder de la oposición, en caso de que hubiera dejación de funciones por parte deSuárez; pero el Rey no era el buzón adecuado para depositar la protesta. Lo constitucional habríasido llevarlo al Parlamento.Después de la audiencia, Felipe González, asaeteado por la prensa, divagó con generalidades.Hacía bien guardando reserva de lo que habló con el monarca: «Miren, yo no he ido a La Zarzuela atratar de la crisis del Gobierno —dijo—, sino a exponer lo que me preocupa a mí, que es la crisisdel país.» Aunque sí lanzó una réplica a lo que Suárez había dicho en Barcelona sobre quién debedar la información al Rey. Lo hizo sin aludirle, pero con claridad: «Este encuentro mío con el jefedel Estado, del que se han hecho tantas conjeturas, creo que es algo que se debería normalizar, nodigo institucionalizar, pero sí normalizar. Y que los ciudadanos puedan darse cuenta de que el papelmoderador del jefe del Estado consiste precisamente en conocer las distintas corrientes de opiniónque se están produciendo, sobre todo si son corrientes de opinión fundamentadas, que le permitansaber cuál es el pulso político, económico y social del país en cada momento.» [102]El monarca recibió en esos días a otros dirigentes políticos. Cada cual, con su descontento por lagobernanza de Suárez. Uno de los más contundentes fue Manuel Fraga: «Majestad, este país necesitauna nueva dirección. Es urgente renovar la cabeza del ejecutivo.» [103] En esa misma audiencia, Fragaabogó por la conveniencia de empastar a la derecha que él dirigía, CD, y a los democristianos,reformistas y liberales de la UCD, para ampliar y unificar el centroderecha, soltando el lastre de lossocialdemócratas, que «tarde o temprano acabarán en el PSOE, pero antes incordiarán lo suyo».González y Fraga se conocían la Constitución de la cruz a la raya. Fraga incluso la había hecho. Nopodían ignorar que el Rey carecía de facultades para poner o quitar al jefe del Gobierno. El hecho deir al Rey con esas quejas permite suponer que González y Fraga, cada cual en su audiencia, lehabrían expuesto la «necesidad nacional» de no esperar hasta las elecciones de 1983 para desalojara Suárez. La única vía constitucionalmente hábil para remover al presidente y —como decíagráficamente Alfonso Guerra— «que se caiga él solo de la vitrina» era la moción de censura.Pero tanto González como Fraga sabían, igual que el Rey mismo, que ese deseo era aritméticamentemuy difícil de alcanzar. La moción de censura exigía disponer de 176 votos, la mitad más uno de laCámara. Un dato cierto es que, justo en esas fechas, la ejecutiva del PSOE había decidido pasar alataque frontal contra Suárez y desenfundar en cuanto pudieran la moción de censura. [104]Resultaba obvio que el Rey daría un toque de advertencia a Suárez por lo del vicariato, pues noera Abril Martorell quien había recibido la investidura para gobernar. Incluso, que le animara adejarse ver más: ir al Congreso, hablar en televisión, conceder entrevistas. Pero no podía animarle a«salir del encierro aislante de La Moncloa», como le censuraban sus oponentes, porque él sabía queAdolfo «no paraba en casa»: en menos de un año, recorrió las siete islas del archipiélago canario; se

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