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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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La animadversión contra Gutiérrez Mellado no sólo estaba en el búnker militar, ni sólo entre losgenerales que habían luchado en primera línea de fuego y que le menospreciaban por sus servicios deespionaje en la retaguardia; también dentro del Gobierno había provocado un sentimiento de agravio:el almirante Gabriel Pita da Veiga creyó que, por antigüedad y hoja de méritos, sería él el nuevovicepresidente. Confundía un grado en la escaleta militar con un cargo político de designación.En todo caso, Gutiérrez Mellado se incorporaba al Gobierno con tres importantes misiones:primera, limpiar y transformar los servicios de inteligencia; segunda, redistribuir el mapa de losmandos militares, con una estrategia de ascensos y destinos que «por elevación» ubicara en lasplazas periféricas a los generales proclives al golpismo; y tercera, supeditar el poder militar alpoder político, para lo cual sería necesario crear un único Ministerio de la Defensa, y éste a lasórdenes del jefe del Gobierno. Todo ello, sabiéndose llamado «el señor Gutiérrez». El mismoGutiérrez de quien Juan Carlos habló al periodista alemán de la ZDF, Michael Vermehren, cuandoFranco estaba entubado y sedado en el hospital de La Paz. Le avanzó entonces que «para cambiarenteramente el sistema en lo político y en lo militar», tenía ya «unos planes pensados con bastanteprecisión», incluso con nombres de personas. Y le mencionó a dos desconocidos para Vermehren:«Adolfo Suárez. Este hombre va a serme muy útil. Tú lo verás. Y en el ámbito militar, pienso en elgeneral Gutiérrez Mellado, que hará la reforma de las Fuerzas Armadas.»La destitución de De Santiago más las sanciones que el Gobierno les impuso a él y a Iniesta Canopor sus artículos, heroificaron a los «generales bravos», generaron capillitas y enrarecieron el climamilitar entre los disconformes con la reforma democrática.El Rey sabía que la reforma se vinculaba a su persona, como un trazado político que él propiciaba.Y también que, ayuno todavía de popularidad ciudadana, su único bastión era el Ejército, o no eranadie. Por eso, en cuanto se producía alguna tensión, acudía inmediatamente a suturar la brecha antesde que fuese a más. Siempre tenía a mano un acto castrense, ocasión de ponerse el uniforme y darpresencia, para atenuar el distanciamiento de los militares más reacios al cambio.«A los militares les gustan los gestos —decía—, saber que tienen jefe y verle cerca en losmomentos difíciles.» Y así, cuando Milans del Bosch, en un arranque de enfado por la destitución deotros dos generales, decidió «pues me voy a mi casa y no vuelvo al despacho», en lugar de dar suvisto bueno a la amonestación que procediera, le llamó, le calmó y le gratificó yendo a unasdemostraciones artilleras en la División Acorazada (DAC) Brunete, su predio, compartiendo con él ysus hombres unos bocatas de ternera y pimientos. Todo por la patria. Fue precisamente en aquellavisita a la DAC Brunete, cuando Milans del Bosch, acariciando el cañón de uno de sus carros decombate más potentes, le dijo al Rey: «Yo, con un zambombazo de este bicho, llegó por lo menoshasta la Puerta del Sol.» A buen entendedor...Todo sucedía entonces a renglón seguido. Los periódicos tenían que ampliar su edición de cierrepara dar cabida a tanta noticia importante y de última hora. El 9 de octubre se presentó en el hotelMindanao de Madrid la coalición política Alianza Popular (AP) que presidía y pilotaba Fragasecundado por media docena de ex ministros franquistas: Licinio de la Fuente, Federico SilvaMuñoz, Gonzalo Fernández de la Mora, Enrique Thomas de Carranza, Cruz Martínez Esteruelas yLaureano López Rodó. Un cartel tan de postín como añejo y que, en lugar de agregarse al centro quepudiera formar Suárez, se posicionó en contra. La prensa los recibió con el mote de «los sietemagníficos».Al Rey no le agradó en absoluto que en lugar de sumar naciesen con ánimo de restar. Cuando aún

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