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LA-GRAN-DESMEMORIA-PILAR-URBANO

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fijó un tope del 20 por ciento. También hubo recuperación del equilibrio en la balanza por cuentacorriente con superávit al año siguiente. Las reservas de divisas pasaron de cuatro mil millones dedólares a diez mil millones a finales de 1978.La reforma fiscal del ministro de Hacienda Francisco Fernández Ordóñez introdujo dos novedadesdesconocidas en España: el impuesto progresivo sobre la renta de las personas físicas —«que quienmás gane más pague»— y el impuesto sobre el patrimonio. [35]El Gobierno y el Banco de España establecieron medidas de control financiero, para evitarquiebras bancarias y fuga de capitales al exterior.Pero, por proteger a las empresas y a las sociedades inversoras, y estimular así el tirón de laeconomía, los Pactos de La Moncloa hicieron caer sobre los trabajadores el peso más duro de losefectos de la crisis: mil parados diarios en la calle. También se produjo el inesperado shockpetrolífero de mayo de 1979, cuando el barril pasó de doce dólares a cuarenta y a sesenta dólares,que descompuso buena parte del plan de ajuste previsto y pactado. Y eso incidió en perjuicio delGobierno de Suárez, no de los partidos de la oposición que suscribieron los acuerdos.Con todo, los pactos no fueron sólo una «foto de familia». Fueron la vuelta de manivela que pusoen marcha el consenso. Hicieron posible el clima de avenencia en la Constitución y, poco después,en el tercer gran pacto: el de las autonomías. La sociedad española —experta en luchas cainitas—empezó a ejercer el diálogo y la transigencia mirando por el bien común, y a superar sus atavismoshistóricos de insolidaridad y enfrentamiento. A partir de aquellos pactos se sentó el precedente delas «mesas de concertación» entre los agentes económicos y sociales para lograr entendimientosdonde hubiera discordia.Felipe: pacto secreto en MoscúEn sus primeros años de Gobierno, la atención de Adolfo Suárez estuvo centrada en sus retosinternos: la reforma política, los pactos económicos y la paz social. Todo eso que él resumía con laparábola fontanera de «cambiar todas las cañerías sin dejar de dar agua cada día». De modo tácito oexplícito, el Rey y él funcionaban como un equipo con las tareas repartidas: la política exterior setejía entre el palacio de Santa Cruz y La Zarzuela. Acompañado del ministro Marcelino Oreja, el Reyrepresentaba a España, yendo a donde conviniera ir. Sólo en asuntos conflictivos, o muy pegados alterreno de la política comercial o pesquera o defensiva o antiterrorista, intervenía Suárez. Pero en elestándar de los días, «Suárez parecía estar más atento a las llamadas telefónicas que le pasabandurante el Consejo de Ministros —o así lo veía Marcelino Oreja—, que a los temas que allí sediscutían. En cambio, yo subía dos o tres veces al mes a ver al Rey para exponerle el panoramainternacional, porque le interesaba seguir al pespunte los acontecimientos mundiales». [36]«Tú, Marcelino, despacha con el Rey —le había dicho Suárez, desde el primer momento—, ve,cuéntale lo que haya y tenle al día. Hombre, cuéntamelo también a mí y, a ser posible, antes.»Desde que Suárez empezó a gobernar, el Rey había girado por trece viajes de Estado, y para 1978tenía ya en agenda otros diez más. En un solo año se establecieron relaciones diplomáticas plenascon todos los países del Este, incluida la Unión Soviética, con Angola, con varios países del SudesteAsiático y con México, rotas desde el fin de la Segunda República. Pero había dos frentes«importantes e impacientes», el ingreso en la OTAN y las relaciones con el Estado de Israel, sobrelos que Suárez no se pronunciaba. No era un silencio de duda, sino conveniencia política. «Tiempohabrá —decía—. Lo haremos cuando sea el momento oportuno.» Y de ahí no le sacaban.

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