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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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reciente historia evolutiva. Somos animales del Pleistoceno, la era glacial. Nuestro

andamiaje emocional se ha ido elaborando a través de cien mil años de catástrofes

climáticas: oleadas de frío seguidas por oleadas de calor; sequías e inundaciones;

épocas de abundancia y otras de hambruna, días soleados y cálidos sólo como

preludio de crudísimos inviernos que inmovilizaban. Hemos heredado el cerebro que

elaboraron aquellos antepasados y, por lo tanto, su capacidad para observar más las

nubes que los cielos despejados.

Algunas veces, y en determinados huecos de la vida moderna, este pesimismo tan

profundamente asentado suele aflorar y actúa. Pensemos en una gran empresa de

mucho éxito. Cuenta con un plantel muy amplio de personalidades que cumplen con

diversos roles. Primero, está el optimista. Los investigadores y los encargados de la

planificación, la producción, los que se encargan de las ventas, y todos ellos

necesitan tener visión de futuro. Tienen que soñar cosas que aún no existen, explorar

límites que están más allá de lo nunca alcanzado hasta ahora por la compañía. Si no

lo hacen ellos, otro rival lo hará. Pero imaginemos que esa empresa sólo estuviera

integrada por optimistas, todos con la mente fija en las atrayentes posibilidades que

se presentan. Todo terminaría siendo un desastre.

La empresa también tiene necesidad de pesimistas, de personas que tengan un

exacto conocimiento de las realidades del momento. De personas convencidas de

que la triste realidad está constantemente arrasando con los sueños optimistas. El

jefe de contabilidad, el vicepresidente financiero, el administrador, los ingenieros de

seguridad… todos ellos tienen necesidad de tener muy claro cuánto puede permitirse

gastar la empresa y de los peligros implícitos. Ellos ejercen un papel cauto, la

bandera que ellos enarbolan es la de la advertencia.

Podríamos apresurarnos un tanto y decir que ésos no son los pesimistas de alto

octanaje, cuyos hábitos de pensamiento, la pauta explicativa, están constantemente

socavando sus realizaciones y su salud. Algunos de entre ellos pueden ser

depresivos, pero otros, tal vez la mayoría, bien pueden ser activos y animosos a

pesar de toda su cautela profesional. Los hay que son solamente prudentes, pero cuyo

pesimismo se ha ido alimentando a lo largo de los años en la profesión. John

Creedon no creía que sus ejecutivos fueran sombríos pesimistas incapacitados por

dicho sentimiento. Pero esos ejecutivos pasarían las pruebas para medir su

pesimismo y serían tratados como si fueran pesimistas, aunque no pesimistas agudos.

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