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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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reverenciada creencia de que la enfermedad mental constituye un fenómeno

terriblemente intrincado, incluso misterioso, curable solamente cuando los conflictos

inconscientes pueden sacarse a la luz o cuando se logra curar una enfermedad

biológica. En aquel mundo tan lleno de complejos como era el de la psicología, el

enfoque consistente en despojar pieza tras pieza de ese ropaje apareció como algo

revolucionario.

Mientras tanto, Beck, un psiquiatra freudiano, también empezaba a tropezar con

dificultades en la consideración ortodoxa de sus casos. Beck y Ellis no podían haber

sido más disímiles: el modo de ser de Ellis era el de un trotskista, el de Beck el de

un socrático. Beck, con su aspecto amigable, provinciano, con cara de querubín y

aspecto de médico rural de algún pueblo de Nueva Inglaterra, amigo de lucir

pajaritas preferentemente rojas, transmitía sencillez, sentido común. No era su estilo

lanzarles arengas más o menos encendidas a sus pacientes. Al contrario, los

escuchaba con toda su atención, formulaba sus preguntas en voz baja, era

reposadamente persuasivo.

Al igual que Ellis, también Beck se había sentido intensamente frustrado durante

los años sesenta por el fracaso de los puntos de vista biomédicos y freudianos en el

tratamiento de la depresión. Una vez completados sus estudios médicos en Yale, se

dedicó durante unos años al análisis convencional, a la espera de que la solitaria

silueta acostada en su diván le explicara sus depresiones: por qué esa persona había

vuelto su rencor contra sí en lugar de expresarlo, y cómo, de todo eso, había surgido

la depresión. Aquellas largas esperas de Beck rara vez se veían recompensadas.

Había hecho entonces la prueba de tratar en grupo a varios de sus pacientes

depresivos, alentándolos a que dieran a conocer así sus rencores y tristezas, en lugar

de guardarlos en su interior. Aquello resultó todavía peor. Los depresivos se

desmoronaban delante de él, y Beck no podía ayudarles a rehacerse.

En 1966, cuando conocí a Tim Beck (el segundo nombre de Beck era Temkin, y

sus amigos lo llamaban Tim), estaba escribiendo su primer libro acerca de la

depresión. Se había dejado llevar por su sentido común. Había decidido que

simplemente describiría lo que piensa un depresivo conscientemente y dejaría a los

demás las profundas teorizaciones respecto del origen de esos pensamientos. Los

depresivos piensan cosas horribles acerca de sí mismos y de su futuro. Según

razonaba Tim, posiblemente toda la depresión se redujera a eso. Quizá lo que

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