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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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Todos los integrantes de ese grupo manifestaron su confianza en que seguirían en la

brecha, y así lo hicieron.

»Pero lo que es más —proseguí—, cuando finalmente se les entregaron a los

chicos las hojas con los problemas de posible solución, dieron por descontado que

fracasarían. Decían que a lo sumo resolverían solamente un 50 por 100 de problemas

similares a los que antes habían resuelto perfectamente. Los chicos del segundo

grupo, en cambio, aseguraron que resolverían un 90 por 100.

»A mí me parece —concluí— que el problema básico que subyace en la

depresión de muchos niños, así como en su bajo rendimiento escolar, no es otra cosa

que el pesimismo. Cuando un niño cree que nada puede hacer, ya no lo intenta y sus

notas empeoran. Me gustaría que te incorporases a nuestro grupo para seguir

investigando esto.»

La respuesta de Joan a mi invitación no fue inmediata. Hizo unas cuantas preguntas

y después reflexionó un momento. Hasta que por fin dijo: «Me he convencido de que

el optimismo y la capacidad de recuperación ante los reveses o contratiempos son la

clave de los éxitos académicos. Pero tengo la presunción de que la tapa de la vida en

que deberíamos hacer las observaciones no es en la etapa preuniversitaria. Me

parece que en la escuela primaria es cuando cristalizan los hábitos de cómo vemos

el mundo. En otras palabras, antes de la pubertad y no después».

Más adelante, Joan dijo: «He estado pensando en cambiar mis investigaciones

para pasar a algo que se relacione más directamente con lo que he podido ver como

decana. Parece que el camino correcto es descubrir cosas acerca de la depresión, los

fracasos escolares y la pauta explicativa de los pequeños».

Por una de esas felices coincidencias, Susan Nolen-Hoeksema acababa de llegar a

la universidad de Pensilvania para comenzar los estudios que la llevarían a su

graduación, y se convirtió en el catalizador que hizo posible que el proyecto se

concretara. Susan era una joven de veintiún años, serena y decidida, cuyo mentor de

Yale la enviaba con una nota donde me decía que era la mejor de las estudiantes que

hubiera conocido en muchos años y no podía sino envidiar que ella estuviera tan

entusiasmada con la idea de estudiar el sentimiento de impotencia en los niños. Me

advertía asimismo que no confundiera su natural tranquilidad con timidez o falta de

inteligencia.

Le describí a la recién llegada la conversación mantenida con Joan, y la reacción

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