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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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—me dijo—. Pero si pensamos en las grandes empresas veremos que, para tener

éxito, cuentan con un departamento de investigación y otro de desarrollo. Has pasado

los últimos veinticinco años investigando sobre el control personal y ahora inicias tu

fase de desarrollo. Este libro, que expone las ideas básicas para el lego que quiera

conocer cómo ha de conducir su vida más racionalmente, es desarrollo de primer

orden.» En ese momento decidí que escribiría el libro. Y casi no hice otra cosa

durante el año y medio que siguió. Dennis me hizo también valiosas sugerencias

acerca de los negocios.

Hubo muchos otros que me dieron consejos útiles sobre el original o sobre buena

parte de él.

En primer lugar Jonathan Segal, que revisó a fondo lo escrito no sólo para

perfeccionar el estilo, sino con el propósito de conferirle más sustancia. Me ha dicho

siempre que debo subrayar la flexibilidad del optimismo. «Debes conseguir que las

personas dejen de ser prisioneras del pesimismo, pero también del optimismo. ¿Para

qué sirve el optimismo? ¿En qué condiciones será mejor desplegar una actitud

pesimista y no optimista?», fueron algunos de sus consejos. Además de muchos

otros. Gracias a su ayuda este libro es más jugoso.

No puedo dejar de mencionar a Karen Reivich, a cuya experiencia recurrí para la

redacción de los diálogos. Muchas de las conversaciones entre terapeutas y

pacientes, padres e hijos, obedecen a su experiencia y a su fértil imaginación.

Discutió también cuál sería el título del libro y la totalidad de los subtítulos, y hasta

me ayudó a escoger poesías para acompañarlos. Tengo la esperanza de que Karen se

convierta en psicóloga. Tom Congdon quiere hacer de ella una escritora. Los dos

tenemos en alta estima su talento.

Durante los últimos ocho años Peter Schulman trabajó a mi lado como

administrador de mis investigaciones científicas y vicepresidente de operaciones de

Foresight Inc. Muchas veces recurrí a él para que analizara algunos datos, como en

los casos de West Point y Met Life.

Mi hija Amanda Seligman, también de Princeton, leyó el primer tercio del original

cuando estaba todavía en borrador, y me ayudó a hacerlo más real. Sería larguísimo

enumerar la lista de aspectos en los que me ayudó Terry Silver, mi secretaria.

Finalmente, los veinte estudiantes y ocho graduados que asistieron a mi seminario

de 1989-1990, en la Universidad de Pensilvania, leyeron todo el borrador original y

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