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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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académica de la visión de Asimov. Cuánta desazón.

Leímos el intento de Erik Erikson para aplicar los principios del psicoanálisis

freudiano a Martín Lutero. 1 Según Erikson, la rebelde actitud de Lutero respecto de

la Iglesia Católica provenía de la educación higiénica recibida por el reformador.

Tan sorprendente hipótesis la extraía Erikson de unos pocos datos aislados que

correspondían a la infancia de Lutero. Una extrapolación tan traída de los pelos

decididamente no era lo que pensaba Hari Selden. En primer lugar, sus principios no

servirían de mucho. Ni siquiera ayudarían a que un terapeuta se explicara claramente

la rebeldía de sus pacientes, de cuya infancia oiría cuanto detalle quisiera oír, por no

hablar de la rebeldía de alguien muerto cientos de años antes. Segundo, lo que en

aquellos tiempos pasaba como «psicohistoria» consistía en unos cuantos casos

sueltos, mientras que —tal como lo subrayaba Asimov— para efectuar predicciones

válidas se necesita disponer de gran cantidad de ejemplos con el fin de eliminar

todas las imprevisibles variantes individuales. Tercero, y era lo peor, esa clase de

psicohistoria no predecía absolutamente nada. Más bien se apoderaba de hechos

acaecidos hacía tiempo y con ellos cocinaba una historia que, si se la miraba con

ojos de psicoanalista, tenía algún sentido para ellos.

Cuando recogí el guante de Glen Elder, en 1981, que proponía la creación de un

«túnel del tiempo», la visión de Asimov seguía muy presente en mí, y proyecté

utilizar la técnica del análisis de contenido —el análisis de declaraciones que

permitían revelar la pauta explicativa— para descubrir el nivel de optimismo de

personas no sometidas a cuestionarios: parejas de madre-hija, héroes deportivos,

altos ejecutivos, dirigentes mundiales. Pero también hay un grupo muy grande de

seres que no responden ni pueden responder a cuestionarios: los muertos, aquellos

cuyos actos hicieron la historia. Le dije a Glen que la técnica CAVE era ni más ni

menos que esa máquina adecuada para sumergirse en el tiempo con la que él soñaba.

Le sugerí que esa máquina no sólo podría usarse con los contemporáneos a quienes

no se pudiera presentar cuestionarios, sino también con quienes no podrían

responderlos por estar muertos. Cuanto necesitábamos para hacerlo era contar con

sus declaraciones. En tanto las tuviéramos, podríamos someterlos al CAVE para

descubrir su pauta explicativa. Subrayé que tendríamos a nuestra disposición una

enorme gama de material, como autobiografías, testamentos, transcripciones de

conferencias de prensa, diarios escritos por ellos, transcripciones de terapeutas,

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