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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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es producto de conflictos infantiles que han permanecido sin resolver debajo de

distintos estratos que han ido superponiéndose como otras tantas defensas.

Únicamente perforando tales estratos, entendía Freud, y resolviendo a su debido

tiempo los viejos conflictos, era posible terminar con la tendencia depresiva. Lo que

Freud prescribe para aniquilar la depresión es someterse a años y años de

psicoanálisis, como denomina al esfuerzo guiado por el terapeuta para conseguir

aquel descubrimiento de lo que originó en la infancia que las iras del niño se

descargaran sobre sí mismo.

Debo decir que, por cuanto sé de lo que ha quedado de esa idea en la imaginación

de los norteamericanos (en particular los de Manhattan), se trata de algo ridículo.

Condena a sus víctimas a una conversación en una sola dirección, durante años, en

torno del distante y lóbrego pasado con el objeto de superar un problema que, por lo

general, tiene que haberse resuelto espontáneamente en unos pocos meses. En más

del 90 por 100 de los casos, la depresión es episódica: llega y se va. Episodios que

suelen durar entre tres y doce meses. A pesar de que muchos miles de pacientes han

pasado por millares de sesiones, la terapia psicoanalítica no ha demostrado ser útil

contra la depresión.

Lo que es peor, culpa a la víctima. Según la teoría psicoanalítica, la víctima

provoca su depresión debido a debilidades en su carácter. Está motivada por el

impulso hacia el autocastigo a fin de pasar interminables días sumido en el

decaimiento y eliminarse a sí mismo, si es posible.

No pretendo que esta crítica sea una condena general del pensamiento freudiano.

Freud fue un gran liberador. En trabajos iniciales sobre histeria —parálisis

desprovistas de causas físicas— se atrevió a examinar la sexualidad humana y

estudió sus aspectos más sombríos. Sin embargo, el éxito que alcanzó recurriendo a

la sexualidad subyacente para explicar la histeria originó una fórmula que siguió

empleando durante todo el resto de su vida. Todos los padecimientos mentales se

convierten en una transmutación de alguna parte vergonzante de nosotros mismos y,

para Freud, las partes más viles somos nosotros en lo más básico y universal de

nuestra persona. Esta nada plausible premisa, insultante para la naturaleza humana,

comenzó una época en la que todo podía decirse:

Usted quiere tener relaciones sexuales con su madre.

Quiere dar muerte a su padre.

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