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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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se forma parte de algo mucho más grande: esa contención se produce si se cuenta con

una esperanza tan concreta como una bienaventurada vida después de la muerte, o tan

abstracta como la idea de formar parte de los planes de Dios o simplemente parte de

la continuidad de la evolución. Los descubrimientos que se han hecho acerca de la

depresión respaldan esto. George Brown, aquel sociólogo de Londres que durante

años estuvo interrogando a las amas de casa de barrios habitados por clase media

baja o muy baja en una investigación sobre los efectos de la escasez sobre la

depresión, también estudió el comportamiento de las personas en las islas Hébridas,

al noroeste de Escocia, y así llegó a la conclusión de que los fieles que asistían

regularmente a servicios religiosos se deprimían menos que quienes no lo hacían.

Y eso permite formular otra pregunta: ¿hay religiones que provean más esperanza

que otras? La pregunta surgió en 1986, cuando Gabriele vino a la Universidad de

Pensilvania como integrante doctorada de la Fundación MacArthur y de la Fundación

Nacional de Ciencias de Alemania. Comparar dos religiones entre sí, en principio,

sería como comparar esperanza y desesperanza entre dos culturas, sostenía Gabriele.

Aquí el truco consistiría en hallar un par de religiones tan relacionadas a lo largo del

tiempo y dentro de un mismo espacio como en el caso de los dos sectores de Berlín

para su estudio anterior.

La cosa quedó más o menos así, suspendida en el aire, hasta que apareció la

combativa Eva Morawska, una joven histo-socióloga. La invité a que hablara ante mi

seminario para graduados sobre el tema del desamparo entre los judíos rusos y los

eslavos no judíos durante el siglo XIX. Eva expuso allí pruebas en el sentido de que

los judíos se mostraban mucho menos desesperanzados frente a la opresión que el

resto de los rusos. Y planteó la pregunta de por qué, cuando las cosas se tornaban

intolerables, los judíos eran los que «hacían de tripas corazón», en tanto que los no

judíos se resignaban. «Ambos grupos —sostenía Eva— se hallaban terriblemente

oprimidos. Los campesinos eslavos vivían en una pobreza insoportable, una pobreza

como nadie podía imaginar ahora.» Los judíos, por su parte, vivían asimismo en la

pobreza y, además, eran víctimas permanentes de la persecución religiosa y se

hallaban bajo la constante amenaza de los pogromos. Sin embargo, los judíos

emigraron y los eslavos se quedaron.

«Es posible que los eslavos ortodoxos rusos se hayan sentido más desamparados y

desesperanzados que los judíos —prosiguió Eva—. Es posible que las dos

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