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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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Y por fin, para aquellos que no alcanzaron a recibir la lección de Vietnam,

Watergate significó algo muy difícil de pasar por alto.

Pero al quedarnos sin el compromiso para con la nación lo que ocurre es que

quedó un vacío de esperanza. Ese desgaste del compromiso, a su vez, hizo que nos

mirásemos hacia dentro en busca de una satisfacción, digna de dirigir hacia ella

nuestras propias vidas. Al tiempo que los acontecimientos políticos estaban

anulando la vieja idea de nación, las tendencias sociales reducían a nada a Dios y la

familia, tal como ya lo han advertido los más eruditos. Religión y familia tendrían

que haber ocupado el lugar de la nación como fuente de propósitos y esperanza,

impidiendo que nos mirásemos hacia dentro. Por una lamentable y desafortunada

coincidencia, la erosión en la creencia en la nación coincidió con la descomposición

de la familia y el declinar de la creencia en Dios.

Puede acusarse como culpables de la erosión familiar a la elevada tasa de

divorcios, los desplazamientos cada vez más grandes de la población en general

gracias a la facilidad de las comunicaciones y la escasa natalidad. Debido a la

frecuencia de los divorcios, la familia ya ha dejado de ser la sólida institución que

fue alguna vez, un santuario que siempre debió haber permanecido sin cambios para

servir de bálsamo a nuestras heridas. La fácil movilidad —la posibilidad de coger

las pertenencias y trasladarse a grandes distancias— tiende a desgastar la cohesión

familiar. Finalmente, el hecho de no tener descendencia o limitarla a un solo hijo —

como es el caso de tantas familias del mundo occidental— termina aislando a las

personas. Cuando los padres dedican su atención a uno o dos hijos puede ser

gratificante para los niños a corto plazo (en realidad eleva en medio punto su IQ),

pero a la larga les produce la ilusión de que sus placeres y dolores son más

trascendentes de lo que en realidad son.

Vamos a sumar ahora el descreimiento en el hecho de que nuestra vinculación con

Dios trae consigo el desmoronamiento de la creencia en el benevolente poder de la

nación y la erosión de la familia. ¿Hacia dónde volverse en busca de identidad, de

fines y de esperanza? Cuando necesitamos de ese moblaje espiritual mirarnos a

nuestro alrededor y nos encontramos con que todos los confortables sillones de

cuero y las sillas bien tapizadas han desaparecido y sólo nos queda para sentarnos

una pequeña, débil y frágil silla plegadiza: nuestra propia persona. Y aquel yo

máximo, despojado de aquellos compromisos respecto de lo que realmente importa

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