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21.Aprenda optimismo Haga de la vida una experiencia gratificante

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con él. Pero, a la mañana siguiente, Daniel ya no era el mismo. Se mostraba

indiferente. Nunca había estado así antes. Por la tarde tuvo fiebre, contrajo neumonía

y al anochecer cayó en coma. Nunca se recuperó, y al día siguiente por la tarde

murió.

¿Qué es lo que nos enseña una historia como ésta? Estoy seguro de que no es el

primer relato conmovedor que usted conoce acerca de una muerte que ha seguido a la

pérdida de la esperanza o de una remisión después de recuperarla. Historias así han

dado la vuelta al mundo, con suficiente frecuencia como para alimentar la creencia

de que la esperanza en sí sostiene la vida y la desesperanza basta para destruirla.

Hay también otras interpretaciones plausibles. Podríamos también creer que existe

un tercer factor —un bien equilibrado sistema inmunológico, pongamos por caso—

que funciona a un mismo tiempo en favor de la vida y engendra esperanza. O podría

creerse que nosotros, como especie, tan profundamente queremos creer que la

esperanza hace milagros que decimos y repetimos los pocos casos que parecen

comprobarlo —aunque son en realidad coincidencias—, mientras suprimimos los

demasiado comunes relatos que dicen lo contrario.

En la primavera de 1976 apareció sobre mi escritorio una desusada solicitud de

admisión para ingresar en nuestro programa para graduados. Allí una mujer llamada

Madelon Visintainer, enfermera de Salt Lake City, describía el caso de Daniel.

Decía haber tenido ocasión de atender varios casos parecidos, tanto entre niños

afectados de cáncer como, sin dar mayores referencias, durante su «época en

Vietnam». Esas «historias», decía, le hacían plantearse serias dudas. Quería

descubrir si verdaderamente era verdad que la desesperanza, por sí misma, podía

matar y —de poder hacerlo— descubrir en qué forma. Quería venir a trabajar

conmigo en la Universidad de Pensilvania, para poner a prueba esas cuestiones

primero con animales y luego ayudar, con los resultados obtenidos, a las personas.

La sencilla exposición de Visintainer, tan desprovista de pretensiones, hizo que a

uno de los miembros de nuestra comisión de admisiones se le escaparan las

lágrimas. Además, los antecedentes académicos de Visintainer y las notas obtenidas

en su examen de graduación, eran realmente ejemplares. Sin embargo, había algunos

problemas en su solicitud. De acuerdo con las fechas que nos proporcionaba

resultaba muy difícil saber dónde había estado en determinado momento, o qué había

estado haciendo durante diferentes períodos de su vida adulta. Simplemente, parecía

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