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bloch-principio-esperanza-III

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52. EL YO Y LA LÁMPARA FUNERARIA O IMÁGENES DE ESPERANZApara apartar a la inteligencia de toda veleidad de cambio; es algoque encontramos ya en las Upanisads, y cuánto más en los preceptosde Buda, tan ajeno a toda acción y a toda vinculación con el mundo.La moral mejora aquí, sin duda, el karma, es decir, la causalidadretributiva y recompensadora entre las acciones de una encarnaciónanterior, y es estado o rango de una encarnación ulterior, pero lamoral no pone término por ello al ciclo de los nuevos nacimientos.Sólo el esclarecimiento pone fin a este ciclo, de tal suerte que, a lavez que la voluntad, cesa también la mala voluntad, y que, con latotal indiferencia del mundo, surge también la indiferencia moral:el santo no debe cometer agravio, porque no puede cometer agravio.El santo escapa así a la mecánica ético-retributiva del karma y,en consecuencia, de la exigencia ética: «Al santo no le es imputableninguna acción». En él se da —desde luego en el budismo, no en ladoctrina hindú— una indiferencia aún más elevada: la indiferenciarespecto a los dioses. El santo deja detrás de sí también a los dioses,y también respecto al mundo celestial se afirma un acosmismo radical.Porque el mundo celestial es, sin embargo, mundo, y por eso laimagen desiderativa del nirvana, erigida tanto contra la muerte comocontra la vida, se hace a su modo atea; y se hace atea porque es acósmica,porque ante ella tanto el mundo sagrado como el supramundoson sólo ilusiones. Cuando Buda se levanta del árbol bajo el cual sehabía hecho un iluminado, los dioses se inclinan ante él, e incluso undiscípulo del Sublime alecciona al rey de los dioses sobre las leyes dela transitoriedad, a las que también los celestes se hallan sometidos.El santo indio no adquiere en absoluto su estado por la gracia, ni seencuentra, como el santo cristiano, por encima de los ángeles, sinoque es, más bien, el tathagata, es decir, el que se redime a sí mismo,mientras que el rey del cielo, y con él toda la multitud de divinidadeslocales y funcionales, pertenecen al samsara, es decir, al mundoaparente que se halla a los pies de los santos, y que es incluso paraéstos algo ya pasado. También el paraíso, al que, según la doctrinahindú, van a parar los cuasi-perfectos, es algo finito, lo mismo que «lamúsica celestial de las quinientas voces», algo que desaparece con laignorancia, a la cual debe el samsara su existencia. El infierno, a su vez,es el samsara mismo, la existencia cambiante, el reino infinito de losnuevos nacimientos, cuya representación ocupa el lugar del infiernoen el arte indio. Siva, el demonio en la trinidad hindú, lleva, a la vezque un collar de calaveras, el lingam como símbolo de la fecundación,y en el canto XI de la Bhagavad-Gita, Krisna muestra a Arjunala corriente de la vida como un espantoso entresijo de matadero y241

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