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bloch-principio-esperanza-III

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53. CRECIENTE INTERVENCIÓN HUMANA EN EL MISTERIO RELIGIOSODios», en los tres estadios de purificación, iluminación y unión. Aquíse encuentra el lugar de la autodeificación ya no embelesada, sino supraconscienteen su manifestación, para la que los místicos medievalesbuscaron las más penetrantes denominaciones. Son toda una serie dedenominaciones para un ser-para-sí en contacto: intimum, summum,apex mentís, en Ricardo de San Víctor; ánimo, fundamento, chispitadel alma, corona del yo, castillo interior, en el maestro Eckhart: «Siel hombre fuera como la chispita, sería increado, no sería criatura yestaría por encima del tiempo en una eternidad». Teresa de Jesiis denominaaquel proceso en el que, al parecer, tiene lugar su deificación,castillo del alma, y enumera las diversas estancias en él, todas ellasdenominaciones locales afines entre sí. La cuestión de la primacía dela voluntad o del intelecto, que escindió toda la Escolástica cristiana,pierde todo sentido para los mismos escolásticos en la mística, yel doctor ecstaticus Ruysbroek y el doctor angelicus santo Tomás nomantienen ya como místicos disputa alguna: el amor por el ser supremo,la visión del ser supremo se hacen idénticos en el máximummístico. Y de igual manera, también desaparece la diferencia entrepadecer y hacer, entre pasividad y actividad, que intercambian susfisonomías en el summum mentís. El Nuevo Testamento contienetambién esta duplicidad de desgarrar y ser-desgarrado en la conjunciónde humildad y agresión que se expresa en las siguientes palabras:«Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora ha padecidofuerza el reino de los cielos, y los que utilizan la fuerza lo arrebatan»(Mateo 11, 12). La mística, en cambio, ve la humildad y la actividaddialécticamente, hace que estas actitudes, tan pronto como alcanzansu máxima intensidad, se reconviertan y traspongan recíprocamente.La mística cristiana es en sí entrega a Dios, disolución en Dios, perode tal manera, que en esta pasividad labora, a la vez, la agresión deuna disolución completamente distinta: a saber, de la liberación deDios. Por otro lado, la mística cristiana es en todo su sentido irrupciónen Dios, más aiin, conciencia abrumadora de un apex mentís, deuna cima del espíritu que perfora a Dios. Sin embargo, en el mismomomento esta actividad se doblega a la entrega de tal manera, que elDios convierte a su dueño en soporte a su servicio, más aún, en unsoporte que parece él mismo sustentado por potencias superiores.De esta manera, en el castillo místico se funden dualismos que en elresto del mundo se anclan en el yo y el no-yo. Y es precisamente esteanclaje el que desaparece en la unión mística, porque ésta hace desaparecerincluso el más radical dualismo: el castillo no tiene ningúntabique entre el yo y el no-yo, entre sujeto y objeto, entre sujeto y42.S

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