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bloch-principio-esperanza-III

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52. EL YO Y LA LÁMPARA FUNERARIA O IMÁGENES DE ESPERANZAsurge un sentimiento completamente distinto. El pavor es modificadopor el placer de saber en qué consiste el morir. Es un afecto aguijoneadopor la gran modificación que la muerte trae de todas manerasconsigo. La curiosidad transforma el telón que cae en un telón queescinde: el final de la vida es para ella, a la vez, el comienzo de algocompletamente inaudito, aunque este algo sea la nada. La curiosidadpuede perfeccionarse hasta convertirse en una especie de deseo deindagaciórt y conocimiento, pero se halla prendida al acto del morircomo si se tratara de una revelación. Este impulso indagador presupone,desde luego, un yo que subsista durante la muerte, y sobre tododespués de ella, a fin de poderla observar. Schopenhauer ironiza muyajustadamente sobre ello, comparando al hombre que espera ciertasinformaciones de la muerte con un sabio que está tras la pista de unimportante descubrimiento, pero que, en el mismo momento en quecree ver la solución, se le apaga la luz. Pero, sin embargo, antes deque se le apague la luz, el sujeto pende con innegable expectaciónde los secretos del ataúd; una expectación que se da junto a la angustiade la muerte (siempre que esta angustia no sea aguda) y quesustituye la angustia por el ansia de saber. La pubertad cavilosa, el naturalfilosófico, cuando se ha conservado, mantienen así el deseo dedejarse sorprender por el conocimiento después de haberse cerradola última puerta. Sin que deba pasarse por alto que es precisamenteen este punto donde se ha instalado la especie metafísica más insustancial:visionarios al estilo de Cagliostro, o del espiritismo, vivende la curiosidad por conocer de antemano un estado que todos, mástarde o más temprano, han de experimentar. La expectación que serevela en punto tan lúgubre es, desde luego, un don extraño, muyespecialmente si, como aquí casi siempre ocurre, el final es represenladocomo algo terrible: imaginarse una llave para este mundo, unallave que abre puertas interiores y puertas que conducen al mismoestado tenue y brillante en el que se recuerda a los muertos queridosy en el que es posible un retorno a ellos. La expectación piensa enla muerte como en una especie de viaje, tanto hacia el propio sujetocomo hacia el secreto abrumador de la existencia. En el momentode la despedida le parece que cae del sujeto el ropaje del incógnito,y del secreto de la existencia, la llamada cascara externa. Cada viajepuede anticipar desde aquí una porción del último viaje, tanto unaporción de la muerte en la noche nórdica aunque abigarrada, comouna porcié)n del más extremo exotismo. Más seguro que el hecho det|ue, ilel lado del apagamiento, la noche de amor se halla enlazada enINI .ibrazo con la muerte, es que, del lado de la secesión, de la gran

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