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bloch-principio-esperanza-III

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IMÁGENES DESIDERATIVAS DEL INSTANTE COLMADOestado de vigilia, que había que preguntarse: ¿para qué proseguirloilimitadamente? El progreso económico, de un lado, y la lasitudque no trata de engañarse a sí misma, de otro, se combinan en laconciencia ajetreada y desgarrada de la burguesía. «La vida es el díade bochorno; la muerte, la noche fría», canta Heine, y el ruiseñorcanta aquí una dicha todavía orgánica, si bien el frescor, el verdaderoconsuelo, procede de la cueva sin vida del silencio. La naturaleza orgánicano bastaba para esta huida radical, por lo menos la naturalezaamable-arcádica, que era la única que tenía en cuenta el sentimientodel paisaje y de la paz del siglo xvm. Paz del paisaje de la especiemás serena se convertía totalmente en inorgánica, y precisamente porello, el paisaje inorgánico se convirtió en la aparente entrada en lamuerte utopizada, en la «sublimidad» de la muerte. La muerte lindacon el glaciar y con las fabulosas montañas de la muerte destacándosesobre el cielo; hacia allí tiende todo escape de la breve vida. Haciaallí tendía el Manfredo de Byron, hacia una región sin hombres nicristianismo, hacia una unidad «en la que el alma pide la muerte /y no retrocede espantada como ante las torrenteras del invierno».El siglo XIX se acerca, sin embargo, no sólo poética, sino tambiénhistórico-mídcamente, al retorno letal a la naturaleza, y lo hace dedoble manera: crónica y uránicamente. Bachofen ha acentuado ambasmaneras, si bien, sobre todo, la manera crónica: muerte comoretorno a la madre tierra. La caverna se convierte en cuna de la tierray la tumba, que se hallan en el origen del hombre. El culto sepulcraldel orden matriarcal, senddo una vez más por Bachofen, se mueve eneste ciclo: «El mismo surgir del seno materno de la materia, el mismoretorno a su oscuridad». O bien, en el orden patriarcal, el morir seconvierte en una ascensión a las estrellas, hacia el mundo apolíneo,aunque igualmente inmanente. En lugar de la caverna y de la derra,aparece ahora la altura uránica, en la cual Hércules puso pie por primeravez después de la muerte y por virtud de la muerte. La muertese convierte así en el tránsito «a la ley armónica del mundo uránico ya la luz celestial, a la llama sin fuego». Se retrocede así, aquí desde elcristianismo, a sentimientos arcaicos, y, en último término, incluso auna especie de lucha sagrada durante la muerte, a la que se cree quesigue; un cobijo abajo o una salvación en lo alto. De esta suerte, unaextraña inteligibilidad penetra las viejas imágenes de la tierra y delsol, tal y como si no hubiera habido ningún más allá del mundo cristiano,concillando la muerte con ellas. Pero la intelección procedía, yno en último término, de la analogía entre la muerte y el inconscienteinorgánico que flotaba en el ambiente desde Lichtenberg y que iba25 X

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