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ep^ el acto á otro pez de la misma familia que aquel, y no me­
nos inútil que este, al señor Don Antonio González, es decir,
Gonzalez-Salmon, pues tal era también su apellido.
Entretanto se habia contratado el tercer enlace del rey con
la mística Mana Josefa Amalia, hija del príncipe Maximiliano
de Sajonia, y señora mas á propósito para pasar la vida
en el claustro donde habia sido educada, que para sentarse en
un trono, ó para venir á brillar en una Corte tan relajada como
lo era la que el rey le ofrecia. Llegada la novia á Madrid el
dia 20 de octubre, celebráronse los desposorios con la misma
alegría del vulgo que en las dos ocasiones anteriores, sin
que la situación del pais le retrajese de solazarse con tan
venturoso! incidente. El Pueblo, aunque se hunda la tierra,
no renuncia á sus diversiones, y una boda es para él tan de
su gusto como una corrida de toros, á la cual ya se sabe que
no hay lunes que le vea faltar en Madrid, y eso que le cues­
ta el dinero. ¿Por qué, pues, no se había de alegrar con una di­
versión como aquella, pudiendo gozarla de valde? Cuenta, em­
pero, con deducir:de esto que ver á un Pueblo en lances como
ese bailar y cantar y reír, y aun dar vivas como un desespera­
do, signifique al cabo gran cosa, porque podréis llevaros chas­
co y mucho. Al verle en aquella ocasión, esclamó Fernan­
do: «¡Oh qué Pueblo,y como está contento conmigo! ¡Cómome
manifiesta su entusiasmo victoreando mis terceras nupcias! ¡Có­
mo me prueba esto su adhesión, su espíritu altamente monár­
quico , su resolución de hacer trizas á esos picaros jacobinos,
si llegan á hacerse formales esas insurrecciones anárquicas
que hasta ahora no han pasado de ensayos!»—Y sin embargo
deliraba el rey, y deliraban todos sus ministros, y deliraba la
Camarilla, porque el Pueblo, monárquico en buen hora, como