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lar el célebre orador granadino Don Francisco Martínez de la
Rosa, sospechó si la causa del mal consistía mas bien que en
el nauta en en la calidad de la nave; esto es, si mas que en
el rey consistía en la Constitución, y aspiró á modificar esta úl­
tima en sentido mas favorable á las prerogativas de aquel. Tal
idea, oportuna en un principio cuando no se sabia con certeza
el pie de que el rey cojeaba , no lo era tanto después, una vez
convencido todo el mundo de que el tedio de S. M. á la Cons­
titución que habia jurado no consistía precisamente en que es­
ta fuese mas ó menos lata en favor del principio popular, si­
no en que era Constitución, es decir, regla, norma,.tipo, ley
á que todo bicho viviente debia ajustar sus acciones, y el buen
Fernando no quería leyes, ni tipos, ni normas, ni reglas de
cualquiera especie que fuesen, ó quede cualquiera manera pu­
siesen trabas á su voluntad. A pesar de esta consideración, que
como lo veis, es matante, nada se perdía en hacer que el Pueblo
se cargase de razón, quitando pretestos al amo por medio de
una sabia reforma, siempre que la fracción constitucional que
anhelaba de esa manera conciliar estremos opuestos, tuviese la
entereza bastante para si el rey no mejoraba de índole con el
medicamento ideado, declarar deshauciado al enfermo con lo
demás que era consiguiente. Por desgracia la tal cofradía era
mas realista de lo justo para poder prometerse de ella tan he­
roica resolución; conocido lo cual por algunos que marchaban
ala v anguardia de las demás fracciones liberales, resolvieron
l
r derechitos al corazón de la dificultad, no de otra manera
Q.ue el loro suele á veces dejar el trapo, para solo caer sobre el
diestro cuya capa le ha hecho rabiar mas de lo conveniente en
justicia. No era malo que digamos tampoco este pensamiento
atrevido; mas cuando el becerro obra así, es preciso que ten-