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allí á los defensores de la libertad lusitana. Y el rey dijo: «á la
horca con ello?, si llegan á ser aprehendidos,» y fulminó, co­
mo era natural, la misma é idéntica pena contra quien quiera
que los imitase.
Y con esto y con los nuevos conatos de insurrección cons­
titucional, tornó á encapotarse de nuevo el horizonte de las
cosas públicas; y diz que el gabinete francés volvió nuevamente
á alarmarse, y no sé por qué se asustaba al ver oscuridad en
otros paises quien por su parte no evitaba al suyo las espesas y
negras nubes en que, merced á la reacción llevada mas allá de
lo justo después de muerto Luis XVIII, se estaba allí forjando
en silencio el rayo que á la postre habia de dar al traste con su
sucesor Carlos X en la futura tormenta de Julio.
Y el despotismo de Fernando VII era ya tan desenfrenado,
que bien pudo suceder que los hombres que al tal Carlos pre­
cipitaban , deseasen sinceramente alguna variación en nuestro
régimen, aun con necesitar ellos mismos variar y no poco en su
marcha. Y fuese de esto lo que se fuese, Fernando cerro* los
oídos á toda especie de modificación como siempre los habia
cerrado; y para sincerar su conducta, alegó los peligros inheren­
tes á toda concesión que se hiciera, lindando España como lint
daba con Portugal revolucionado. Y esta escusa no era bas­
tante , y para tener otra á mano, alentó por bajo de cuerda
á los hombres que en nuestro pais se interesaban por su her­
ma ni to, seguro, como ya antes se ha dicho, de que no había de
caer éste en la tentación de ocupar el trono mientras viviese el
hijo primogénito de Carlos IV y María Luisa. Y el rey dijo á
la Francia: heme aquí amenazado por la revolución y amena­
zado por los carlistas. ¿ Y quieres que yo haga reformas ? No
señor, no señor, no señor... ó por mejor decir, no señora. Aquí