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cíales á Ofalia, autorizándole para que reconociese al gobier­<br />

no de Luis Felipe, siempre que este por su parte interna­<br />

se y desarmase á los emigrados. Y el monarca de las barri­<br />

cadas, que no habia alentado á estos sino con el único fin de<br />

imponer al gabinete español, prometió desarmarlos é internar­<br />

los, y los internó y desarmó al tenor de la propuesta de<br />

Ofalia.<br />

Y nuestro idolatrado monarca respiró entonces completa­<br />

mente, y pudo abandonarse otra vez á las atrocidades de cos­<br />

tumbre en los constitucionales vencidos, sin temor de que estos<br />

á su vez le afligiesen con represalias.<br />

Y tornaron los cadalsos á alzarse con profusión la mas es­<br />

pantosa; y al decreto de 1.° de octubre (el mas bárbaro y san­<br />

guinario de cuantos hay memoria en los anales de la tiranía)* y<br />

á los suplicios ejecutados en virtud de lo en él prescrito con<br />

una vaguedad la mas lata para así hacer indefinido el número<br />

de las víctimas que hubieran de inmolarse, sucedieron otros y<br />

otros en abundancia tan antinormal aun bajo el rey que los<br />

ordenó, que de puro hiperbólica que rué no acertamos á con­<br />

cebirla (1).<br />

! |<br />

(1) «Fruto de tan funesto decreto fueron las crueldades ejercidas con<br />

los expatriados que pisaron el territorio patrio, pues apenas caian prisioneros,<br />

arcabuceábanlos sin piedad y sin miramiento ¿ clases ni á naciones.<br />

El pueblo, á fuerza de derramamiento de sangre, se tornó también cruel,<br />

y en Pamplona, al entrar presos los infelices de la acción de Vera, atumultuóse<br />

el vulgo , é hirió y maltrató á aquellas víctimas destinadas ai<br />

cadalso. Asusta el número de las ejecuciones que siguieron al amago de<br />

los liberales españoles; y tomando pié de su tentativa para inventar tramas<br />

en el corazón de la monarquía, las autoridades comenzaron á sepultar<br />

en los calabozos á cuantos tenian fama de no amar el despotismo.<br />

Abrían las cartas del correo, y una palabra oscura bastaba para calificar<br />

de conspirador al ciudadano á quien iba dirigida: las cárceles se llenaron<br />

de nuevo de inocentes, y resonaron otra vez en ellas las cadenas y los<br />

ayes de los presos.»<br />

Historia de la vida y reinado de Femando Vil de España, tomo III,<br />

página 339.

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