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pues si no eres tú, como indicas, el autor de tu posición, sino
Dios y Dios solamente, tampoco soy yo, sino él quien te some­
te á sus consecuencias.
Y este argumento era matante, y D. Carlos no quiso espe­
rar el recibo de la carta del rey para inventar otra nueva escu­
sa, y no siendo el dia del Corpus fiesta capaz de dilatar su viaje
sino solo por breves momentos, ocurrióle otro nuevo protesto:
el de decir que era grosería alejarse de Portugal, sin ha­
cer antes una visita á D. Miguel, existente á la sazón en
Coimbra.
Y Fernando empezó á cargarse con tanto hacer su hermano
el remolón, y desaprobando su ida á la susodicha ciudad, vol­
vió á insistir en que se embarcase dentro del término prefiia-
do, sin recurrir á nuevas escusas.
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Y D. Carlos replicó que sentía haber disgustado á su her­
mano con una cosa tan inocente como la susodicha visita, y
volvió á la eterna canción de que era su deseo complacerle; pero
añadió que el tiempo era malo, y que estaba agitado el mar, y
que era peligroso embarcarse en tanto que no se aquietara, y
que era sospechoso ademas el estado sanitario del buque, y que
seria una temeridad esponer á tantos peligros, no ya precisa­
mente su persona, sino con ella á toda su familia.
Y así continuaron los dos hermanos, el uno insistiendo en la
marcha con inflexible y severa lógica, y el otro empeñado en
quedarse recurriendo á nuevos embustes y agotando los últimos
recursos del sofisma y la hipocresía, hasta que en 18 de agosto
no pudo el rey tolerar por mas tiempo tanta desobediencia á
sus órdenes, y sin llamarle hermano de mi vida, ni querido, ni
Carlos de mis ojos, como hasta entonces lo habia hecho, habló
al infante en tono de monarca, y mandóle embarcarse al pun-