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se aludía, y concluyó quejándose amargamente de que al ha­
cerse tal intimación al pueblo mas digno de la tierra, se eli­
giese á él por conducto , á él, de quien todos sabían (y tenia
razón en decirlo), que nunca haría nada por miedo. Yo aña­
diría aquí una cierta anécdota que corroboraría este aserto
en lo tocante al punto á que el duque se habia atrevido á
aludir; mas no estoy tan seguro como quisiera de su autentici­
dad, y así limitaréme á decir que si el rey salió libre de Cádiz,
debido fué á la generosidad de los que iban á ser sus vícti­
mas , no á la índole de una amenaza la mas opuesta acaso á
los fines que se proponía su autor, atendido el carácter de al­
guno de los hombres á quienes pretendía infundir un pavor
imposible.
Las Cortes habian hecho cuanto estaba en su mano por con­
servar ilesa su honra, ya que todo lo demás se perdiese. Para
colmo de su amargura, faltaba solo que la sedición viniese á
hacer mas grande el apuro, y este momento no tardó en lle­
gar. Al dia siguiente de la enérgica contestación á que acaba­
mos de referirnos, sublevóse el batallón de San Marcial, le­
vantándose contra la Constitución y llamando sin rebozo al
francés. Temió el sitiador fuese ardid lo que era rebelión decla­
rada contra el gobierno constitucional, y no se prestó á secun­
darla , dando con esto tiempo á Burriel para sofocar el tumul­
to, haciendo pagar la traición con la vida á ocho granaderos,
promotores déla sedición. Esta entretanto, aunque conteni­
da , amenazaba reproducirse, contaminando al resto de las
tropas, y Burriel se vio precisado á manifestar al gobierno
que con síntoma tan terrible, la enfermedad no tenia cura.
Preciso fué , pues, resignarse á los decretos de la Providencia
que entregaban la Isla y la Patria á merced de sus enemigos.