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204 unios Y TRÓVANOS.
cante á oponer su veto, era pecado y gordo á no dudar contra
lo establecido en el Código empeñarse en salirse con la suya,
cualesquiera que fuesen los motivos de la regia testarronería, es­
crúpulo, capricho ó como quiera que debamos apellidarla. Los
ministros, ó ignorantes del término que con hacer ellos dimi­
sión debia constitucionalmente tener tan lamentable desave­
nencia (ignorancia que no es presumible en un cuerpo tan en­
tendido y cuya vida y alma era Arguelles), ó ansiando echar los
trastos á rodar antes que consentir un exabrupto tan contra­
rio á la causa de las reformas (lo cual tiene mas trazas de cier­
to), volvieron á insistir erre que erre en que babia de darse la
sanción, obteniendo al fin la promesa de que el rey la daría en
efecto, si bien con la precisa condición de haberse de escop-
tuar seis monasterios de la estincion de los de su clase* Las
promesas en tanto eran cosa muy poco de fiar en Fernando, y
asi, no bien quedó libre de la presencia de sus ministros, cuan­
do el nuncio volvió á preponderar, y él á su negativa primera.
—¿Sí? esclamó el ministerio: pues corriente! Este rey es sabi­
do que no cede sino viendo las orejas al lobo, y es preciso
que se las vea. Amenazárnosle con un motín.—Y dicho y he­
cho: el gabinete del orden, el gabinete constitucional enemi­
go délos tumultos, de los escesos y de la anarquía, aquel ga­
binete.... ¡oh que pifia! pasó á hacer efectiva la amenaza, ame­
drentando al gefe del Estado con un inevitable alboroto, si no
sancionaba el decreto* ¿Qué mas? La sociedad de la Fontana;
aquella sociedad cuyas sesiones se habian suspendido poco an­
tes á consecuencia de la hostilidad manifestada por los minis­
tros á las ideas revolucionarias, fué invitada ahora por estos ó
por sus oficiosos amigos para volver á abrirlas otra vez á fin
de inaugurar el bullicio, por si no era bastante el anuncio. Lo