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cion incompetenle á aquellos altos presuntos reos, ¿podremos
decir otro tanto de su encogimiento de hombros respecto á lo
demás que seguia? La cuerda , como el lector está viendo, que­
bró en esto por lo mas delgado, por el ya referido Goiffieux; y
á esto y á una porción de vejaciones sin maldita la consecuencia
para la causa constitucional, redujéronse el proceso en cuestión
y la justa impaciencia de los comuneros , ó si queréis mejor,
landaburianos, por verlo terminado al instante. Tan magníficas
y revolucionarias muestras de sus revolucionarios instintos dio
aquel Congreso revolucionario.
En cambio se ocupó largo tiempo en dar una ordenanza mi­
litar para tropas insuficientes al objeto á que se destinaban; en
discutir un reglamento de policía y un código de sanidad, olvi­
dando tal vez ¡Dios me perdone! que lo que mas curación pedia
era la Independencia amenazada; en irritar las almas fanáticas
de un pais que las tenia en gran número, procediendo al arreglo
inoportuno de la clase sacerdotal; en dictar algunas medidas
relativas á los empleados, y en poner por un lado coto á la se­
dición ó anarquía de ciertos ayuntamientos, mientras por otro
las desencadenaban, mandando fomentar en todas parles las so­
ciedades patrióticas. Y mientras el rey por su parle, lleno de
ira porque los liberales no le habian dejado ir á los reales Silios
á conspirar como de costumbre, negaba su sanción al decrclo
en que habia el Congreso otorgado el arresto de los conspira­
dores sin las formalidades ordinarias; y mientras á falla de eslo
tomaba la tropa á su cargo en mas de una ocasión y de un sitio
fusilar á los facciosos prisioneros, preteslando que querían fu­
garse; y mientras el gobierno por su parte procedia á desterrar
sospechosos, y á cerrar en los despoblados los conventos gua­
ridas de rebeldes que hasta entonces habian seguido en pié; y