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ASO 1814. 11
vemos contenido aquí, consiste, analizándola bien, en que
aquel estaba basado en la soberanía del Pueblo, y esté en la de
la sana razón; diferencia puramente de nombre para los que no
nos pagamos de palabras, porque al cabo los partidarios de la soberanía
popular, lo somos solamente por creer que el intérprete
de esa sana razón lo ha de ser mejor todo un Pueblo en casos
supremos de duda, que no unos cuantos individuos suyos, ó
un solo individuo tal vez, por muy encopetado que sea. Y somos
tan razonables en esto, que hasta suponemos el caso de
que el Pueblo se pueda estraviarf^f fpara prevenir el error, concedemos
á ese individuo la facultad de oponer su veto á los
acuerdos de los representantes, bien que no de un modo absoluto,
porque esto no seria compatible con la espresada soberanía,
sino durante un plazo regular, y tan largo como sea preciso
para asegurar el acierto. Fernando lo entendía de otro modo,
y así como en Bayona y en Yalencey no apelaba á las decisiones
del Pueblo sino en lo que podían serle útiles, tampoco
en lo que toca á la razón invocaba sus prescripciones soberanas
é independientes sino en cuanto quedaba á su cargo en
tenderlas como mejor le placiera. Así, nada tiene de estraño
que tras las palabras de arriba tan constitucionalmente juiciosas
, siguieron en el manifiesto estas otras relativas á la Carta
de Cádiz y á las Cortes que le dieron el ser: «Declaro que mi
real ánimo es no solamente no jurar ni acceder á dicha
Constitución, ni á decreto alguno de las Cortes generales
y estraordinarias, y de las ordinarias actualmente abiertas, á saber:
los que sean depresivos de los derechos y prerogalivas
de mi soberanía establecidas por la Constitución y las leyes en
que de largo tiempo la nación ha vivido, sino el declarar aquella
Constitución y decretos nulos y de ningún valor ni efecto