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tuya á remojar: este es un refrán bien sabido. Y no lo traigo
ahora á colación, porque en los tiempos en que nos encon­
tramos , pueda el suceso á que me refiero influir en que al
pobre partido liberal le quepa entre nosotros peor suerte de
la que ya hace tiempo le ha cabido, sino porque volviendo á
los dias de nuestra segunda época constitucional, la catás­
trofe napolitana constituía con la piamontesa un doble y sa­
ludable ponte en guardia para la libertad de la Península,
y un tened discreción y talento para lodos sus sostenedores,
ya fuesen argüellistas, ya rieguistas, ya pancistas, semi-rea-
listas, padillistas ó tragalistas. Uno y otro fatal acontecimien­
to hablaban bastante por sí; mas por si acaso se necesi­
taba esplicar su verdadero sentido, los soberanos de la San­
ta Alianza encargaron al gobierno español que se condujese
con juicio, prescindiendo por lo demás de meterse con nos­
otros entonces, y aplazando para mas adelante la perversa rea­
lización de su nada buenos designios. Tal consideración, tal
demora en llevarlos á cabo desde luego, probaba que aun en me­
dio de lo hostil que nos era la indirectilla, nuestra España cons­
titucional les infundía un tanto de respeto, una regular reveren­
da; y en verdad que á saber aprovecharnos del aplazamiento en
cuestión , tengo para mí que á la postre hubiéramos salvado la
causa de nuestras amenazadas instituciones, no obstante las
'ramasdel rey y del resto de la cofradía. El modo de esploiar tal
aspiro consistía primero en la unión de toda la familia liberal,
y luego en cimentar sobre ella un orden de cosas cualquiera,
c
°n tal que fuese orden, no anarquía; pero esto es hoy mas fácil
de decir que entonces de ejecutarse, y es mal negocio en tiempo
de turbulencias empeñarse en que triunfe la razón de las malas
Pasiones políticas. En lo que va narrado hasta aquí, no hemos
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