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Centro y alma de la conspiración mientras esta presentaba es­
peranzas, supo entretenerlas en todos así exaltados como mo­
derados, convirtiendo en su juguete al Consejo y á los buenos
de los ministros, y oyendo unas veces áaquel , otras á estos,
otras á Castelar, otras á Casasarria, Aymerich, Amarillas, Cas-
trolerreño y demás cortesanos de entonces, otras á alguno que
otro comunero, y otras, en fin, á los embajadores de las Poten­
cias liberticidas. ¿Cómo elogiar bastante su doblez al verle pro­
testar por un lado de su invencible amor á la Carta delante de
sus consejeros, mientras por otro andaba en inteligencias con
Córdova, ó afectando recibir á los oficiales Mon y Flores con el
fin de procurar un arreglo para evitar la efusión de sangre,
alentaba bajo mano á verterla á los batallones del Pardo? ¿Cómo
no encomiar su conducta cuando viendo á estos vencidos, gra­
cias á los esfuerzos de Riego, Ballesteros, Copons, San Miguel,
Palarea, Duque del Parque, Conde de uñate, Álava, Palafox,
Narvaez, Infante, Plasencia y otros mil y mil bravos que omito
del ejército y de la Milicia, tomó otra careta de pronto, y aso­
mándose con ella al balcón, gritó una y otra vez á Morillo:
já ellos, generall \firme á c//os!? ¿Cómo hacer la debida justicia
á la causa que el mismo rey mandó formar á los conspiradores,
según mas arriba se dice; ó á los destierros que fulminó contra
sus palaciegos Castelar, Casasarria, Aymerich y Loriga, de
quienes antes se aconsejaba para llevar á cabo la conjura; ó á
las remociones, en fin, del Duque de Castroterreño, marqués
de Bélgida y duque de Monlemart, sus muy caros capitanes de
alabarderos, caballerizo y mayordomo mayor, reemplazándolos
respectivamente con los para él muy aborrecidos general Pala-
fox, conde de Oñate y el de la misma clase Santa Cruz? ¡Oh
rasgos dignos de figurar al lado de aquel otro tan célebre de